"Mil contra veinte mil" escupía la megafonía de Mendizorroza la proclama para encender a un público que llegó con parsimonia al estadio, pero cuando entró se encontró con un ruidoso grupo de celtistas que desde la esquina de un fondo no paraba de cantar y animar a sus jugadores desde que aparecieron en el campo para realizar el calentamiento.

Diez horas de viaje para llegar a Vitoria. A las seis de la tarde de ayer, los trece autobuses que trasladaban al celtismo dieron por finalizado el viaje en la plaza de la Constitución. Una ligera y fría lluvia les dio la bienvenida, mientras agentes de la Ertzaintza prestaban labores de vigilancia. Los agentes se añadieron a la comitiva celeste al entrar en territorio vasco. Ningún incidente de importancia. La fiesta esperaba en el estadio, a donde la afición del Celta llegó con una hora de antelación.

Suena "Mi gran noche". La grada canta a Raphael. No es Balaídos, que la ha incluido en su banda sonora. Es Mendizorroza, que intenta dar la bienvenida a los alrededor de setecientos celtistas que habían entrado en el estadio al grito de "Solo hay un Deportivo". Mucha empatía con el genuino Deportivo del celtismo.

Son las ganas de fastidiar al eterno rival, al de A Coruña, las que hermanan a vigueses y a vitorianos con lazos tan fuertes como los que ahora sostienen Euskaltel y R. La compañía vasca de telefonía ha engullido a la gallega y no se quiere perder la cita de Mendizorroza: promueve el mosaico que engalana las gradas en los prolegómenos del partido.

También suenan Los Suaves: "Dolores se llamaba Lola". La banda ourensana cuenta con muchos adeptos en Euskadi. En Riazor son devotos.

Mendizorroza, que guarda cierto aire a los centenarios campos ingleses, también aprovecha la animosidad de los fondos para empujar a su equipo: "Vamos Deportivo, vamos campeón". No estamos en Riazor, pero lo que se vive en la semifinal de Copa es muy parecido a un derbi gallego. Al celtismo le cuesta oírse, es como si estuvieran encima del escenario en un concierto de rock.

A Berizzo le disgustó que el partido de vuelta de esta eliminatoria tuviera que jugarse en Mendizorroza. Bonano, su ayudante, tenía información de primera mano, pues en Vitoria había colgado los guantes el guardameta argentino.

Pero el Celta del "Toto" planta cara en cualquier campo. Llegó al duelo de ayer tras una inmaculada trayectoria como visitante en esta edición de la Copa del Rey. Comenzó ganando en la vieja Condomina ante el UCAM Murcia, dio un recital en Mestalla y puso patas arriba el Bernabéu. Y en todos esos escenarios, nunca caminó solo el equipo celeste. Allí estaba su afición, como hizo cuando los de Berizzo partieron el martes hacia Vitoria y ayer asomaron por primera vez por el túnel de vestuarios de Mendizorroza. Eran setecientos los de las bufandas celestes y estaban arrinconados, frente a veinte mil albiazules desplegados por todo el estadio. Las diferencias tan brutales en la grada se limaban en el campo. Sobre el césped los de Pellegrino y los de Berizzo libraban la tercera de las intensas batallas que ambos equipos han librado en el último mes. Dos goles en 270 minutos. El primero lo anotó Radoja. Valió tres puntos para el Celta en Liga. Ayer fue Edgar Méndez quien llevó a locura a Mendizorroza, pues su tanto supone para el Alavés el pase a la final de la Copa del Rey. Fuegos artificiales en el cielo de Vitoria. El Celta tendrá que esperar por la cuarta final copera.