El Kaleido se desmorona. No se detiene esa sangría que lo aproxima cada vez más a los puestos de descenso. La visita del Eibar se entendía en el club como una final; al menos como una encrucijada vital, ese gozne sobre el que variar su dinámica. La escuadra vasca llegaba penúltima a As Lagoas, como sus paisanos del Bilbao habían llegado colistas. Son derrotas que retratan las dudas que ahora mismo corroen al XV del Olivo, aunque las dos actuaciones difieren sustancialmente.

El Kaleido mostró varias versiones de sí mismo en un solo partido. Tuvo una fase de zapa, de minar golpe a golpe la resistencia del Eibar; otra brillante, desatada en la ofensiva, que le permitió situarse 28-10 ya en la segunda parte, con todo en apariencia resuelto; y un último ataque de pánico, que multiplicó los errores y alentó la remontada visitante, culminada con el tiempo cumplido. Cuando el Kaleido parecía firme en su fortaleza, rocoso, un simple soplido derribó su castillo de naipes, tan hermoso como frágil.

Ni los periodos se asemejaron entre sí, como relatos independientes. El Kaleido dominó desde el inicio, con Muñiz, Moure o Abadía rompiendo bien la línea en el inicio de la avalancha. Pero los olívicos tenían problemas para traducir al marcador su constante presencia en la 22 rival. Faltaba el cimbreo de Uru, una última esquiva.

Los equipos mostraban además opciones tácticas opuestas. El Eibar salió a respirar por primera vez en el minuto 10 y aprovechó un golpe de castigo para adelantarse. El XV del Olivo jugaba a la mano desde cualquier punto de la cancha, con continuidad, pero desaprovechando a veces opciones claras de pateo. Sucedió justo antes del descanso, cuando ya Giordano había volteador el marcador. El Kaleido, por soñar con otro ensayo, renunció a tres puntos fáciles y se quedó sin nada.

Son anotaciones que nadie creyó que se añorarían cuando los vigueses reaccionaron encorajinados al 7-10 que provocó un fallo de placaje en la medular. Fueron diez minutos de rugby total, con presión anticipada, piernas firmes en el ruck y transmisión excelente hasta las alas. Uru emprendió el vuelo dos veces para situar ese 28-10.

Demasiado pronto, sin embargo, con mucho tiempo para despertar los fantasmas que anidan en las cabezas de los hombres de Norm Maxwell. Bastó que se concediesen un segundo de alegre relajación y otro agujero súbito en la media desencadenó el colapso.

El Kaleido se agrietó a partir del 28-17. Careció de cualquier tipo de inteligencia para llevar el oval a las zonas que le interesaban. Sufrió en el maul, vaciló en una touch hasta entonces impecable, abundó en los avants y permitió una última posesión del Eibar que se vislumbró desastrosa cuando todavía faltaban muchos metros hasta el ensayo. Los eibarreses se limitaron a darle el tiro de gracia a un adversario que se había suicidado por miedo a la muerte.

Más que la clasificación, con el doble bonus como consuelo, al Kaleido le agobian el calendario y sobre todo su depresión. Es hora de apretar los dientes. Los jugadores actuales no solo combaten por sí mismos. Son la muralla que protege al club, su trinchera, a la espera de las camadas inminentes que elevarán el nivel. Es el futuro lo que está en sus manos.