El Celta existe y a la vez ha desaparecido. Balaídos jalea a su equipo y a la vez a su adversario. Todos las realidades posibles confluyen en este diminuto punto del cosmos. Es la paradoja de Iago Aspas. El celtismo festeja y a la vez se ausenta, está pero no.

La paradoja de Schrödinger es un experimento teórico que los científicos conocen de sus manuales y los demás de la telecomedia Big Bang. Un gato encerrado en una caja, con un gas letal que tiene las misma posibilidades de activarse como de no hacerlo, está vivo y a la vez muerto antes de que abramos la tapa. En una de sus interpretaciones, se encuentra efectivamente vivo y muerto, aunque en planos distintos, que cohabitan sin mezclarse: los muchos mundos.

Esa mezcla de mecánica cuántica y filosofía concibe un número infinito de universos. Si introducimos el elemento humano, generamos realidades paralelas cada vez que elegimos; por todo lo que hacemos y en consecuencia, todo lo que dejamos de hacer. Existe el Celta que conocemos, el que compite en tres torneos, está saneado y los chinos quieren comprar, porque Iago Aspas le marcó dos goles al Alavés hace siete años. Pero también el Celta que desapareció -existe en su inexistencia, como un recuerdo- porque aquel día Eusebio no sacó a Aspas o este no marcó.

Los aficionados acuden al partido porque residen en esta realidad concreta. Pero también hay aficionados que no acuden, casi iguales en su cuota: 15.000 asientos ocupados, 15.000 asientos vacíos. En la alternativa, de la que nos separa un cristal, los aficionados pasean al sol o van al cine, se entretienen, odian y aman de otras muchas maneras. 15.000 disfrutan de sus domingos, 15.000 los detestan y añoran al Celta. De vez en cuando se detienen a contemplar los muros mohosos de Balaídos. Que es igualmente un estadio de sí y no, viejo y nuevo, con Río presupuestado y los fondos sin financiación, propiedad del Concello y propiedad del Celta en lo que Mouriño imagina.

Este celtismo cuántico alcanza su definición perfecta en lo que atañe al Alavés. Bien temprano, en el minuto ocho, ya suena: "Y solo hay un Deportivo, el Deportivo Alavés". Cántico que confluye con la tamborrada del centenar de hinchas vitorianos ubicados en la esquina de Río Alto, que no desmayarán un instante en su griterío. El estadio, en consecuencia, anima al conjunto visitante sin que en realidad esto constituya una crítica hacia el equipo local. El coro se repetirá, de forma más intensa, tras el pitido final, con intercambio de saludos amistosos entre las hinchadas. Solo algún gesto de Deyverson y la patada a una botella de Pellegrino quiebran esa harmonía. El Deportivo Alavés cae bien por la coyunda tradicional vascogalaica y porque cumplió el papel necesario de adversario en el relato épico de Iago Aspas. Existe otro Deportivo Alavés de mención amarga porque ganó aquel día, condenando al Celta a desaparecer. Así que no solo hay un Deportivo, el Deportivo Alavés, sino múltiples, todos ellos deportivos alaveses, además del Deportivo de A Coruña, cuya sustancia el cántico niega sin mencionarlo. El deportivismo, por su parte, suele burlarse de la falta de títulos del Celta. Ignora que hay infinitos universos en los que el Celta ha sido campeón. Por completar el ciclo, un conjunto cerrado que contiene el infinito, Iago Aspas se retira ovacionado.

Este club es más que nunca como el gato de Schrödinger. Dentro de la caja, Mouriño rechaza y acepta la oferta de los chinos; Berizzo renueva y se marcha; el equipo juega en Balaídos y en un estadio construido en el extrarradio. No uno o lo otro, sino todo. Será así al menos mientras nadie levante la tapa.