"Nunca se me ha visto jugar de nueve", bromeaba esta semana Facundo Roncaglia al analizar esa polivalencia que Eduardo Berizzo exprime al máximo. El técnico lo tiene entre sus imprescindibles, de central o en cualquiera de los flancos defensivos. Aunque nadie lo pinte en la pizarra como tal, ya puede presumir el Torito de hombre de área. Su gol cambia el pronóstico del encuentro, cerrado, resbaladizo, chato, que parecía dramáticamente decantado debido al penalti. Un balón indiferente, sin dueño, se transforma en golazo gracias a un hombre que tiene la agresividad y el instinto como principales cualidades, lo que lo encumbra como marcador, pero que es capaz de añadirle calidad a sus golpeos en sus muy bien calibradas incorporaciones ofensivas.

Posiblemente una de sus actuaciones más grises desde que completó su aclimatación. Le costó anclarse sobre el césped. Por arriba y al corte, batallador como suele.

Berizzo lo sacó para que liderase la primera línea de presión y el joven aportó esa energía que se le escapa por los poros. Juega alegre, impertinente, sin miedos.