El Celta, habitual maltratador de porteros, regaló a Manu Fernández la noche plácida que nunca hubiera imaginado cuando con 54 minutos por delante tuvo de entrar en el campo por la lesión de Lux. Se marchó de Balaídos sin que el público supiese de sus condiciones, sin enterarse de si se había puesto los guantes. Consecuencia del discreto partido del Celta, plano, despistado, desordenado y falto de imaginación, que se estrelló contra el planteamiento de un Deportivo que comenzó el partido mandando y terminó arrinconado en su área. Los derbis ya son sin duda la asignatura pendiente del equipo de Berizzo esta temporada. Ayer no pudo quitarse el mal sabor de boca del partido de la primera vuelta y fue incapaz de traducir en ocasiones o remates a puerta el descarado dominio. Un problema de brújula: insistió siempre en buscar un camino que el Deportivo había llenado de minas. Y nadie fue capaz de sacarle de ese plan.

El Celta resultó irreconocible en el arranque del partido. Devorado en el centro del campo por la presión del Deportivo y por sus propias imprecisiones. Los fantasmas del derbi de la primera vuelta asomaron bien temprano el hocico por Balaídos. De salida e Celta fue una mezcla extraña: ocupó mal el espacio, careció de referencias, regaló la pelota y aún por encima le faltó ese punto de intensidad que se reclama en este tipo de citas. Pareció ajeno a la escena, despistado como un equipo en pretemporada, una circunstancia que contrastaba con el entusiasmo coruñés que atacó con decisión desde el pitido inicial y generó aún más desconcierto en el Celta por su actitud. La ausencia de esa luz que supone Marcelo Díaz se hizo bien grande porque Radoja sufrió de lo lindo para sar salida a la pelota y Wass estuvo demasiado alborotado. El gol de Borges en el minuto 20 fue una consecuencia natural del partido. Del mérito del Deportivo y de la empanada mental de la defensa viguesa que se tragó todos los amagos y desmarques del mundo. Cartabia, Luis Alberto y Borges combinaron en el área mientras los defensas vigueses parecían figuras de cartón piedra que hubiesen colocado allí como parte del decorado.

Una situación delicada de la que al Celta le rescató el infinitivo talento que guardan algunos de sus futbolistas. La única acción en la que el equipo fue fiel a su instinto, a su modo de vida. Arrancó Bongonda (novedad en la alineación y que ocupó la banda derecha), entregó a Orellana que dio su único pase decente de todo el primer tiempo a la posición natural de Nolito. Y el andaluz tiró de manual. El remate marca de la casa, el que lleva su sello, el que todos los porteros saben que va a dibujar una parábola en busca del segundo palo pero que cuando ejecuta con esa precisión ninguno es capaz de alcanzar. Un tratado de geometría que le dio el empate al Celta y sobre todo, rebajó la ambición del Deportivo. Porque cambiaron los de Víctor a partir de ese momento. Es como si hasta ese minuto hubiesen olvidado el peligro que había enfrente. Nolito se lo recordó. Y entonces volvieron las precauciones y el pasito atrás. Respiró el Celta que se había sentido muy exigido en el arranque y que se había librado en dos ocasiones de encajar el segundo gol. Tampoco es que mejorase en exceso su comportamiento, pero el partido cambió de orientación y Sergio desapareció de la escena. Al Deportivo además se le empezaban a multiplicar los problemas. En el gol de Nolito se lesionó Lux y pese a los intentos que hizo el guardameta por continuar finalmente tuvo que entrar Manu Fernández, a quien el Celta dio una noche mucho más tranquila de lo que seguramente imaginaba mientras calentaba de forma acelerada en la banda.

Bajo esos parámetros, el segundo tiempo fue un monólogo tedioso del Celta. El dominio abrumador de los vigueses no se tradujo ni en ocasiones ni en disparos a puerta. A los de Berizzo les sobró dominio y les faltó imaginación y chispa. Fue un equipo plano, que acorraló al Deportivo de forma evidente, pero al que fue incapaz de sacar de su armadura. Aburrieron los vigueses al elegir siempre el mismo camino, atacando poco por dentro y esperando que Nolito se sacase de la manga un remate o un centro definitivo.

En esos minutos de dominio abrumador fue cuando más evidente se hizo el virus FIFA y el cansancio que arrastraron muchos futbolistas, algo que seguramente se agravó en un campo pesado y que recibió tanta agua como Balaídos. Se hizo muy evidente en Orellana, el futbolista llamado a aportar esa imaginación necesaria para sacar de su plan a un equipo cada vez más cerrado en torno a su área. Pero el chileno estuvo demasiado ausente.

Al Celta se le encendió una luz cuando Arribas, en un exceso, se ganó la segunda amarilla con más de veinte minutos por delante. Berizzo en ese momento volvió sobre lo andado y echó mano del equipo que se esperaba de inicio. Bongonda -que no acaba de adaptarse a jugar a banda cambiada- dejó su sitio a Guidetti. Pero el Celta insistió en sus males. Poca gente en el área y otra vez la misma hoja de ruta. Al menos ya no existía la preocupación del contragolpe deportivista porque Víctor no tenía otra idea en la cabeza que resistir esa embestida final de los vigueses que nunca llegó a producirse. Porque una cosa es dominar y otra bien diferente asediar. No lo hicieron los vigueses, demasiado imprecisos y planos, incapaces de encontrar una alternativa, una idea diferente. Algo tan sencillo como un disparo desde la frontal se hubiese agradecido. Tampoco Berizzo aportó gran cosa en esos momentos en los que el partido estaba aún en el aire. El segundo cambio lo hizo a falta de dos minutos para el final y era para ver si el Tucu encontraba un cabezazo milagroso. El Deportivo terminó encerrado, con nueve jugadores y medio tras la lesión de Borges, pero con su portero accidental intacto. Ese es el principal debe de un Celta que ayer dejó ir una gran oportunidad de hacer más grandes sus sueños.