Fernando Costas padre e hijo forman equipo. Las Juegos Paralímpicos de Río del próximo verano son la meta común. El progenitor ejerce de entrenador. El atleta, de 19 años, compite en 200, 400 y 800 metros lisos. Aunque la suya es, en realidad, una carrera de obstáculos. El último, sin embargo, no corresponde a su maltrecho cuerpo, con el que está acosumbrado a lidiar, sino a cuestiones financieras.

El historial médico del joven Costas es una retahíla interminable de dolencias. Nació a las 33 semanas de gestación. Sufrió una hemorragia e hipertensión pulmonar. Estuvo en la incubadora. A los ocho meses padeció una hidrocefalia. Le implantaron una válvula en el cerebro, uno de cuyos componentes fue sustituido a los tres años. A los diez se le presentó una escoliosis brutal. Le enderezaron la columna con hierros. Al fin le diagnosticaron una siringomielia, que le dificulta la coordinación del lado derecho del cuerpo. Tiene el pie derecho equino. Una infección ósea en el dedo gordo de ese pie, que se extendió e incluso hizo peligrar su vida, ha sido la última contrariedad grave a la que ha hecho frente.

Varias veces los médicos le recomendaron o pronosticaron dejar de correr. El chiquillo jamás ha querido rendirse. El atletismo se ha convertido en un refugio contra la desgracia. Puede disputar pruebas para discapacitados físicos y también las reservadas a deportistas con lesiones cerebrales. Su talento, sostenido por una voluntad de hierro, no pasa desapercibido a los especialistas. Tiene calidad para competir en los Juegos. Puede ser ya.

Fernando Costas es el padre coraje. Introdujo a su hijo en el atletismo y se ha volcado en su cuidado. Para ejercer como entrenador realizó los estudios pertinentes. Él dirige este asalto familiar a Río. Por ejemplo, a su hijo le ha diseñado un programa de fortalecimiento muscular para ganar la explosividad que las carreras cortas exigen. La lucha por lograr las mínimas se desarrollará del 1 de enero al 19 de junio, con el Europeo de Grossetto (10-16 de junio) como el escenario ideal. Pero toda su planificación choca con las estrecheces económicas.

Costas padre estudia un ciclo superior de 8.10 a 14.30 horas, cada día. De 15.00 a 19.00 trabaja. Cobra 518 euros al mes. Su único ingreso, que se le va en la hipoteca y los gastos cotidianos. En breve cesa, se irá al paro y probablemente hasta febrero no vuelvan a contratarlo. Costas hijo, por su parte, estudia un FP -básica, informática y comunicación-. Sus entrenamientos de atletismo comienzan a las 20.00. Tres horas de esfuerzo. A las 23.00 regresan a casa, se duchan, cenan y a la cama. "¿Cuándo descansa el cuerpo? Nunca", reflexionan.

El sistema de ayudas muestra su lógica viciada. El ADOP (Apoyo al Deporte Objetivo Paralímpico) le exige mínimas. "Y nosotros necesitamos las ayudas precisamente para conseguir esas marcas. No necesitaríamos a nadie si ya estuviésemos clasificados para Río. Eso lo paga el Estado. Sin mejores horarios será imposible progresar", sostiene el padre. Ninguna administración les brinda apoyo económico.

La sociedad civil entra en acción. El Mais que Auga de Navia cede el uso de sus instalaciones. En la clínica de fisioterapia San Lázaro lo atienden. Los Costas han abierto una página en Facebook y un blog mediante el que recaudan donaciones. "No pido mucho", afirma el padre, que espera "poder desarrollar el papel de entrenador si nos ayuda un poco mucha gente".

"Es una desgracia. Fernando y yo hablamos muchas veces de dejar todo esto. Las puertas se cierran y estamos muy quemados. Nos sentimos abandonados", indica el adulto sobre el desinterés político. Enseguida recobra esa energía a prueba de diagnósticos y quirófanos: "Vamos a seguir luchando".