Existen muchos Orellanas concentrados en el escaso cuerpo del chileno. Difícilmente un aficionado de Granada o Jerez habría podido descubrir al futbolista apocado que allí conocieron en el coloso de la segunda mitad ante el Espanyol. Poco tiene que ver el Orellana timorato de cuando regresó en enero de 2013, ese que después, en verano, Luis Enrique quería traspasar a toda costa, con el Orellana heroico del ascenso y sobre todo el Orellana descomunal que ha florecido definitivamente con Berizzo. La confianza tiene en él un efecto mágico. El ser enfermizamente tímido fuera de la cancha acapara el protagonismo dentro. Ayer, en inferioridad, reclamó el balón de forma permanente, dribló, condujo, pasó, midió los tiempos... Siendo pequeño, jugó como un gigante.