Casi sobre la bocina y después de una pifia del portero del Levante, el Deportivo estuvo a punto de llevarse un partido que se le atragantó la mayor parte del tiempo. Sin continuidad, superado en algunos momentos, tuvo la victoria en una acción desafortunada de Rubén. De milagro también no salió trastabillado de la visita al Ciutat de Valencia antes del derbi. Hubiera sido un golpe mayor al que ya supone sumar el quinto partido consecutivo sin ganar, agravado por la sensación de que el equipo ha perdido fuelle desde ese ilusionante septiembre.

El Deportivo ya no es el equipo dominador que asombró ante Rayo Vallecano, Betis o Espanyol. Ahora es un conjunto más previsible, menos cohesionado y sobre todo mucho más lento. La distancia entre líneas se ha agigantado de tal manera que jugadores importantes en el funcionamiento colectivo se diluyen. Mosquera apenas participa, ni ofensiva ni defensivamente, y Fayçal pierde protagonismo y ya no funciona tanto como ese engranaje en movimiento perpetuo. Lo que mantiene al equipo es el permanente estado de gracia en el que se encuentra instalado Lucas Pérez, otra vez goleador y de lo poco rescatable ayer en Valencia.