Tras sumar dieciséis títulos en las últimas seis temporadas, el Barcelona enterró definitivamente su ciclo triunfal en Valencia, en una final de la Copa del Rey que debía ser el epílogo de un equipo de ensueño pero que acabó de la peor forma con la época más gloriosa de la historia del conjunto azulgrana. En Mestalla, un Barça nuevamente huérfano de Messi, completó su semana negra, siete días en los que ha pasado de aspirar a ganarlo todo a quedarse sin nada.

La Copa del Rey, un trofeo que con Guardiola casi ganaba por inercia, debía ser su tabla de salvación, el último título de un grupo ganador. Pero ayer el Barcelona volvió a apagarse a la sombra de un Messi que ha languidecido en los últimos tres partidos de forma alarmante, justo cuando más lo necesitaba el equipo,.

El crack de Rosario, el hombre que le había hecho 21 goles en 23 partidos al Real Madrid, el jugador que había marcado en nueve de las once finales disputadas por los azulgranas, el extraterrestre que había sumado una quincena de goles en todas ellas, volvió a estar fuera de foco.

A penas dos disparos desviados en noventa minutos, en otro partido en el que el Barça volvió a evidenciar que ha dejado de ser un equipo agresivo, con hambre y competitivo.

Aquel fútbol de posición, velocidad y precisión matemática ya es historia. Aquella presión asfixiante en la línea de tres cuartos del campo contrario y aquel ansia por recuperar el balón y jugarlo a uno o dos toques mirando siempre al arco rival forman parte del recuerdo.

Este equipo, que pasará a la historia no solo por todo lo que ha ganado sino también cómo lo ha ganado quizá merecía otro final. Pero ayer noche dejó claro que, ahora sí, su ciclo se ha acabado.