En 1964 enfrentarse a Sonny Liston parecía un suicidio. Pocos boxeadores ejercían semejante poder de intimidación. Por su físico descomunal, por esa mirada inquietante que siempre le acompañaba y por las oscuras compañías que frecuentaba. Su contrato estaba en manos de Frankie Carbo, uno de los grandes capos de la familia Luchese, y sus combates parecían el lugar ideal para que la policía realizase cualquier rueda de reconocimiento. Cuando en 1962 Liston -que había aprendido a pelear en una penitenciaría donde cumplía condena por robo y por zurrarle a un agente de la policía- aplastó a Floyd Patterson, el amigo de Kennedy, los analistas auguraron un largo reinado del boxeador de Arkansas e incluso un tiempo complicado para la categoría de los pesos pesados porque intuían que nadie querría enfrentarse a él, que no habría rivales dignos de aquella mole. Liston era el boxeador de la mafia, el que ocupaba su tiempo libre en hacer de matón a sueldo, el que apaleaba por encargo y regresaba periódicamente a la cárcel donde se sentía cómodo y podía continuar con su aprendizaje.

Por eso nadie concedía la mínima esperanza a Cassius Clay en 1964. Tras ganar el oro olímpico en Roma cuatro años antes y vencer en sus primeras diecinueve peleas profesionales ante rivales bastante discretos, él y su entrenador Angelo Dundee habían aceptado el desafío de medirse a Liston. La crítica dio por resuelta la pelea en cuanto se anunció y las casas de apuestas dispararon las cuotas a favor de una posible victoria de Clay. Para los aficionados y grandes entendidos el de Louisville no era más que un deslenguado que había llamado la atención del país al lanzar su medalla olímpica a un río cercano después de comprobar que ni el ansiado oro cambiaba la situación a la que le había condenado el color de su piel. "Sigo siendo un exclavo" proclamó.

Los meses anteriores al combate sirvieron para que el boxeo descubriese la capacidad que Clay tenía para teatralizar las peleas, su bravuconería y el ansia por desquiciar al rival. Algo que con el tiempo se convertiría en un clásico, pero que a comienzos de 1964 constituía toda una novedad. Mientras Liston guardaba silencio y apenas ofrecía información a los medios de comunicación, el de Louisville organizó un verdadero circo hasta el punto de llegar a alquilar un autocar, en el que se podía leer "Liston caerá en ocho asaltos", con el que se presentó una noche en la puerta de la casa de su rival. Era la parte visible, el sentido del espectáculo del joven púgil que cuando nadie le veía preparaba el enfrentamiento a conciencia y trabajaba a destajo. El día del pesaje Clay apareció en escena con un batín en cuya espalda se podía leer "La caza del oso" mientras gritaba sin parar "traedme al gran oso feo". Liston seguía siendo el indiscutible favorito para ganar aquel combate aunque no había preparado el duelo como debía. Demasiadas noches de fiesta, poco entrenamiento, mucho alcohol, como si no quisiese concederle demasiada importancia al hombre que se subiría al ring con él. Permanecía ajeno al show que había alrededor del descarado Clay, de todo el torrente de información que aquel muchacho generaba ya fuera por sus devaneos con el Islam, sus provocaciones cada vez más subidas de todo, sus discursos políticamente incorrectos o sus sesiones con la prensa donde se mostraba como un histrión sin remedio.

Liston rompió su silencio en el momento de subir al ring del Convention Hall de Miami el 25 de febrero de 1964. Miró a Clay con esos ojos que solo él sabía cargar así de odio y le dijo "te voy a matar". "Eso será si me encuentras", respondió el aspirante charlatán. Liston persiguió a partir de ese momento una sombra, la de Clay que impuso desde el comienzo su velocidad de piernas, más propia de un peso medio. El campeón era un animal lento y previsible que soltaba sus golpes al vacío mientras Cassius Clay le iba castigando poco a poco. En el tercer asalto Liston ya sufría un corte debajo del ojo izquierdo y solo en el cuarto pareció detenerse aquella paliza. La leyenda dice que alguien colocó una sustancia en los guantes de Liston que nubló la visión de Clay y le hizo deambular durante el asalto. Uno de esos mitos que quedan para la eternidad, el instante en el que pudo llegar el golpe que acabase con el aspirante y seguramente cambiar para siempre la historia del boxeo. Pero aguantó de pie y en los minutos siguientes insistió en su castigo hasta que cumplido el séptimo asalto Liston se sentó en su rincón y dijo a sus entrenadores que no volvería a ponerse de pie. Adujeron una lesión en el hombro para justificar su retirada y el árbitro dio por ganador al de Louisville, que comenzó a gritar como un poseso en dirección a los espectadores y sobre todo a los periodistas. La vuelta del show.

Aquella pelea, la primera grande, le pertenece a Cassius Clay. A los pocos días de su victoria en Miami nacía Mohammad Ali después de que éste decidiese abrazar el Islam. Bajo ese nombre contruiría una leyenda grandiosa. "Cassius Clay es el nombre de un esclavo. No lo escogí, no lo quería. Yo soy Muhammad Alí, un hombre libre" dijo para explicarse. Mientras, Sonny Liston, el "oso grande y feo", iniciaba el camino hacia el infierno, hacia la miseria, hacia aquella habitación de Las Vegas en la que seis años después aparecería muerto.