Noventa años separan las dos imágenes de la derecha. La del primer equipo que defendió el nombre del Celta en 1923 ante el Boavista y el que lo hizo el pasado lunes en Balaídos ante el Espanyol. Mucho tiempo las separan, pero demasiadas cosas las unen. Puede decirse que los valores sobre los que se edificó el Celta en aquel mes de agosto de 1923 permanecen hoy más vivos que nunca. El grupo de visionarios -empujados por Manuel de Castro "Hándicap" y Juan Baliño, que entendieron hace noventa años la conveniencia de unir las fuerzas del Vigo y el Fortuna para alumbrar un equipo que fuese el orgullo de la ciudad y de toda Galicia-, se sentirían hoy felices al contemplar su obra, al repasar su comportamiento en las últimas décadas. El tiempo, la competición, el deporte en general, ha agitado el día a día del Celta pero el club, lo que representa su escudo y su reconocible camiseta, ha permanecido inalterable. Y ese no deja de ser un gigantesco triunfo para todos aquellos que en menor o mayor medida han sentido este equipo como parte inseparable de su vida, para los que el Celta es mucho más que un simple equipo de fútbol. Difícil explicarlo si uno no ha sentido esa fuerza irracional que lleva a considerar esa camiseta como un miembro más de la familia, como un símbolo.

El Celta alcanza los noventa años en uno de sus momentos más brillantes desde el punto de vista deportivo, económico y social. Es la prueba de que este "anciano" de 90 años está y se siente más joven que nunca, con ganas de encarar nuevos desafíos y sobre todo con el deseo inalterable de seguir llevando el nombre de la ciudad y de toda Galicia con el orgullo y la decencia que exige su historia y que le reclama su gente, la que ha acompañado de un modo fiel y abnegado en su camino a lo largo de este tiempo.

El futuro es prometedor e invita al mayor de los optimismos. El Celta cumple años instalado en la categoría a la que pertenece, la Primera División, como queda reflejado en la clasificación histórica (es el duodécimo) de la Liga. Su realidad es la de un equipo que ha sabido sobreponerse a las circunstancias y a los problemas para solidificar sus cimientos. El proyecto actual ha ido creciendo desde el saneamiento económico y desde el convencimiento que el Celta será lo que sea capaz de producir su cantera, por la que el club ha apostado de forma decidida y que tan buenos resultados ha dado durante los últimos años. Casi siempre fue así. Salvo contados momentos de la historia, el Celta creció de la mano de gente de casa o llegados desde otros lugares de Galicia para quienes llevar ese escudo era lo máximo a lo que podían aspirar. Supo reforzarse con futbolistas llegados de lugares muy diversos, pero la esencia siempre fue la misma. Eso le permitió sentirse siempre pegado a la tierra y que la gente entendiese de un modo más intenso al Celta como parte de ellos mismos.

Ese hecho vuelve a repetirse ahora, noventa años después de que se produjese la reunión en la que se leyeron los estatutos del nuevo club y se eligiese la primera directiva de la historia. El respaldo que el Celta recibe en estos momentos de su entorno está al nivel de los mejores de su vida. El celtismo también ha rejuvenecido a su manera, se ha intensificado, se ha modernizado en algunos aspectos y han ayudado al crecimiento de la sociedad. Los chicos que ahora acuden en masa a Balaídos no tienen casi nada que ver con los que al final de verano de 1923 se acercaron al viejo campo de Coia para asistir al primer encuentro de los vigueses. Pero a unos y otros les une el hecho de sentir el Celta como parte inseparable de sus vidas. Esa es la razón de que noventa años después este club nunca deje de ser joven.