En el Pabellón Príncipe Felipe de Aranda hubo dos encuentros diferentes. El primero, de 52 minutos, tenso, de cuchillo entre los dientes; el segundo, en los ocho minutos finales, convertido en una fiesta común gracias al descenso del Octavio.

Durante buena parte de la jornada pareció difícil que los dos bandos (el Cangas estuvo apoyado por 300 aficionados en una cancha llena) pudiesen acabar el choque con alegría. El Octavio dominaba en Huesca. El Frigoríficos, tras un gran arranque, vio cómo el Villa de Aranda reaccionaba.

El mérito de los hombres de Pillo fue no descolgarse. Se mantuvieron siempre en una desventaja de dos o tres goles. Suficiente para que el Octavio no diese el empate por bueno en Huesca, lo que lo llevó a arriesgar en la infausta jugada de su derrota. Cuando se conoció, las gradas estallaron de júbilo y los dos equipos completaron el partido con una sonrisa en la cara.