"Se acerca el invierno", proclaman en "Juego de Tronos", serie de fama. "Canción de hielo y fuego" es la saga literaria que la sostiene. En el mundo que retrata, las estaciones duran más y son extremas. A los largos veranos les siguen interminables y crudos inviernos. Al Celta le ha durado poco su estío en Primera. En breve, salvo milagro, regresarán las nieves de la Segunda División. El celtismo, a diferencia de anteriores experiencias, está dispuesto a acompañar al equipo en el trago amargo y acortar su purgatorio. Concluye el partido. El invierno ha llegado, proclama el marcador. La grada estalla en una ovación. "Se acerca el verano", dicen las palmas.

La historia de la vida es la historia del tiempo, que se ha ido acelerando. El hombre puso fin al paso lento de las eras geológicas. Fue troceando su relato en porciones cada vez más pequeñas, del ciclo agrario al mensual, del día al instante. Hasta concluir que el tiempo es elástico, multiforme, capaz de detenerse e incluso retroceder.

Eso lo sabe la Liga, que aplica a los horarios su propia teoría de la relatividad. España ya no es aquel país de misa a las doce y toros a las cinco. Todo se ha agitado de tal forma que un partido de fútbol puede comenzar a las siete y media de la tarde. Un sin dios.

Balaídos amenaza con pagarlo. Lo parece con tanto cemento a escasos minutos del inicio. Pero es el celtismo que apura sus plazos a la carrera, apretándose en los vomitorios para llegar al himno. Las gradas se llenan.

No existen dudas sobre la actitud. Roberto Lago, ya sabida su mudanza a Getafe, es recibido como siempre. Sigue siendo a ojos de la grada el niño de O Calvario, fijado en la fotografía de sus sueños infantiles. No habrá para él ningún reproche en los tortuosos meandros del encuentro. Para ninguno habrá otra cosa que aplausos y coros. Si acaso, el silencio que constata que la batalla está perdida. Un silencio roto por esa ovación final, cuando el pitido del árbitro condensa en sí el universo como el Aleph de Borges.

Duele el presente, claro. ¿Pero qué es el presente? Hemos llegado al attosegundo, la trillonésima parte de un segundo. Que está y desaparece, siendo una unidad interminable para aquellas que seremos capaces de medir. El presente no existe, en suma.

El Celta, en consecuencia, es pasado y futuro. El pasado de sus glorias y tristezas, que unen igual como familia a los aficionados, siendo la memoria la sustancia misma de la existencia. El Celta existe porque fue. Existe también porque será. "Sempre Celta", reza una pancarta, que añade fechas: "1923-2013". Un club con principio y sin embargo eterno, porque su final coincidirá con el final del tiempo. Porque antes que un club, es una idea.

Los dos últimos descensos resultaron ásperos, de algaradas y abucheos. El divorcio con la afición congeló al Celta en sus penas. Hoy, la devoción del celtismo le anticipa el futuro. Los canteranos que están, los canteranos que llegan. Concluye el verano. El verano se acerca.

Diego Costa volvió a Balaídos de incógnito, situación que le resulta inusual. Un lustro había pasado desde su efímera experiencia céltica, en la campaña 2007-2008, primera en Segunda tras el último descenso. Fue uno de tantos en aquellos años de ritmo febril, cuando la agonía celeste trituraba técnicos y jugadores con voracidad. A algunos resulta difícil incluso ponerles cara: Fajardo, Danilo, Saulo, Fabiano Lima... De Costa sí quedó la impresión de jugador talentoso, demasiado inmaduro para cuajar entonces. En la retina, el gol de Soria.

Costa ha crecido desde entonces. Ha convertido su agreste concepción del juego en un arma de doble filo, que igual desquicia al rival que a sí mismo. Balaídos lo trató como a uno más del Atlético, con indiferencia. Esperando el saque del segundo tiempo incluso intercambió carantoñas con Iago Aspas. Hasta que el brasileño marcó y lo celebró llevándose las manos a las orejas. No se sabe si como celebración tipo o por absurda reivindicación. El celtismo sí se tomó mal el gesto. Lo abroncó cuando fue sustituido. Circunstancia que alguien aprovechó para buscarle la cara con un puntero láser.