El Celta respira sostenido por su orgullo y por el talento de Iago Aspas que fabricó un gol de la nada a siete minutos del final para sacar al equipo de una situación límite y rescatar un punto cuyo auténtico valor solo se conocerá hoy cuando terminen los partidos de los rivales directos.

En una noche que los de Resino vivieron en el alambre, les rescató el corazón con el que se emplearon en el último tramo del partido. A esa hora les fallaban las piernas, iban muy escasos de fútbol, pero no cejaron en su empeño en un desesperado intento por vencer al destino. Cargaron de forma ilógica contra el área del Athletic empujados por ese Bermejo que parece esculpido en granito y que siempre será el último soldado en rendirse. El empate es el premio a ese esfuerzo conmovedor de un grupo de futbolistas que en días como éste demuestra lo justo que anda de recursos en zonas capitales del campo, pero la importancia que tiene el alma. El Celta parece dispuesto a pelear hasta el último aliento, no manejan términos como la rendición.

Contra el Athletic el partido se le pudo ir en varias ocasiones. Parece incluso un milagro que el Celta llegase al tramo final con opciones de puntuar. Porque salvo veinte minutos en la primera parte siempre fue dos pasos por detrás de los vascos. Fue el de Resino un equipo muy desconectado entre líneas, sin capacidad para salvar la presión bilbaína y muy justo de imaginación cerca del área rival. El Celta no jugaba, intentaba empujar. Ese fue su gran déficit en un día que parecía destinado para que Aspas sacase partido de la rigidez de los defensas centrales. Pero el problema es que a los vigueses les costó encontrar al de Moaña y el balón estuvo siempre muy cerca del área de Javi Varas. Tuvo una puesta en escena el Athletic imponente. Su intensidad aplastó al Celta que se sintió poca cosa ante aquella avalancha de juego y también física. El medio del campo -donde debutó como titular un eficiente Madinda- se vio desbordado y los vascos explotaron sobre todo las dudas de Vila en el centro de la defensa. El poste y Varas impidió que los bilbaínos se adelantasen en el marcador.

Salvada la primera carga el Celta le puso un poco de pausa al juego. Ayudó que el Athletic bajó de revoluciones. Tocó Oubiña, entró en juego Augusto, y Aspas dejó los primeros detalles de su clase. En quince minutos espléndidos los de Resino pudieron marcar por medio de Aspas (dos veces), Alex (otras dos, incluido un cabezazo al palo), Túñez o Augusto. El Athletic castigó la generosidad viguesa de la peor manera. En el último suspiro del primer tiempo el espléndido De Marcos culminó una gran combinación que cogió a toda la defensa y en especial a Vila con el pie cambiado. Un revés mayúsculo para un equipo que no merecía semejante castigo en ese momento.

El agujero se pudo hacer más grande en el segundo tiempo. De hecho, resulta algo incomprensible que no sucediese así. El Athletic tuvo cuatro ocasiones escandalosas para liquidar el partido incluido una de Aduriz a puerta vacía y que le aseguraba una mala noche al buen delantero tratando de encontrar una explicación a lo imposible. Hubo de todo. Fallos, remates al palo, paradas de Varas. El Celta estaba desbordado por las llegadas del rival que atacaba mejor y más rápido. El medio no podía frenarles y la distancia entre líneas de los vigueses facilitaba la aparición de toda clase de pasillos para el grupo de Bielsa. La providencia sostuvo al Celta en ese momento crítico. Abel buscó soluciones en el banquillo. Entraron un despistado Orellana, Bermejo y Toni en los últimos minutos. La aparición del delantero cántabro fue esencial. Su ejemplo siempre resulta motivador para el resto de compañeros. Sin apenas fuerzas, sin fútbol al que agarrarse, el Celta tiró de la heroica en busca de un punto. Bermejo pudo empatar en un cabezazo con el alma antes de que Iago Aspas volviese a la vida con un remate casi imposible que hizo inútil la estirada de Iraizoz. Un disparo que vale un punto y que premia el infinito corazón de un equipo que no sabe de rendirse.