Miami Heat recibía a los Charlotte Bobcats al cierre de esta edición. El mejor equipo de la liga contra el peor. Había que suponerle a los de Spoelstra la vigésimo sexta victoria consecutiva. Cada vez más cerca de las 33 logradas por los Lakers en la temporada 1971-72, la mejor racha histórica. James, Wade y Bosh compiten con West, Goodrich y Chamberlain. Palabras mayores. Aquellos Lakers, en los que también jugaba Pat Riley, actual mandamás de los Heat, culminarían la campaña con el anillo. El sexto de la franquicia y primero desde su mudanza a Los Ángeles. La sequía duraba desde 1954. West, tomado precisamente aquel año como modelo para confeccionar el logo de la liga, pudo curarse de tantas decepciones. Lo que la fortuna le negó a Elgin Baylor.

Es un anillo cruel y una racha paradójica. Los angelinos encadenaron aquellas 33 victorias sin Baylor, uno de los mejores jugadores de su historia. Había querido iniciar la campaña con 38 años. Intuía que aquella plantilla podía alcanzar la soñada meta. Sus renqueantes rodillas le impidieron acompañarla en el camino. "Sentía que estaba frenando a un equipo con un gran potencial", relata Bill Simmons, de la ESPN. El honesto Baylor se echó a un lado tras nueve partidos. Un día después de anunciar su retirada, el 5 de noviembre de 1971, los Lakers iniciaban con un triunfo sobre los Bullets su irrefrenable galopada.

Elgin Baylor ha quedado marcado como ejemplo de deportista maldito; para muchos, el mejor profesional de cualquier disciplina sin un título liguero que lo premie. La tristeza más terrible puede rastrearse con frecuencia en su currículo; la caída a las orillas de la gloria; el éxito negado tras la caricia. Llevó a los humildes Chieftains de la Universidad de Seattle a la final de la NCAA, donde cayó ante los Kentucky Wildcats. Resucitó a los Lakers. La franquicia, huérfana desde el adiós de Mikan, le ofreció en 1958 un contrato de 20.000 dólares anuales, cifra asombrosa en la época. El efecto del fichaje fue inmediato. Ya como rookie condujó el equipo a las finales. Se topó con los Celtics de Auerbach, como le sucedería tantas veces en la siguiente década. Ocho finales disputó y las ocho con derrota, siete de ellas ante los de Massachusetts.

La serie de 1962 supone el culmen de su desgracia. Celtics y Lakers juegan el séptimo partido en el Garden. Los angelinos sacan desde el centro del campo a cinco segundos del final con 100-100 en el marcador. Rod "Hot" Hundley recibe de Frank Selvy y se la devuelve a éste, que lanza. Un tiro lateral, a cuatro metros, desde su zona preferida. Pero el balón pega en el aro y Baylor salta antes de tiempo. Russell captura el rebote y asegura la prórroga. Los Celtics ganarán 110-107.

Aquella acción está registrada en imágenes accesibles, en blanco y negro o coloreadas. Hundley había soñado la noche anterior con ser el héroe del partido. Toma el balón y se gira hacia la bombilla. Se deshace de su defensor con un amago. Tiene un tiro frontal. La profecía puede cumplirse. Piensa: "Si la meto, seré el alcalde de Los Ángeles; si la fallo, me echarán de la ciudad". Se acobarda.

Así que busca a Jerry West, que está bien marcado, y pasa a Selvy. Una alternativa adecuada. Selvy estaba a tono. Acababa de empatar el encuentro con dos canastas en apenas 20 segundos y un rebote que parecía decisivo. Era un tirador consumado. Pero falla, aunque se excusa y la vieja grabación lo confirma: "Bob Cousy golpea mi brazo cuando suelto el balón".

No es el único detalle que se le escapa a los árbitros en vivo. El periodista Simmons, 47 años después, quiere quedar con Baylor, que acaba de dejar su cargo directivo en los Clippers. Para picarlo, le envía un recado malicioso a través de un amigo común: "Dile que debería haber palmeado el tiro de Selvy. He visto la cinta". No importa ese medio siglo de distancia. El dolor sigue a flor de piel. "Elg se ha vuelto loco", le contestará el intermediario. "Dice que no tienes ni idea de lo que dices. Sam Jones le empujó, por eso no lo palmeó. Dice que hasta Sam se lo reconoció después". Y es posible distinguir esa mano en la espalda de Baylor como un grano blanquecino en los grises del tiempo.

A veces la existencia se queda congelada en un instante. Hundley, socarrón, sigue llamando a Selvy. "Nice shot", le dice a su viejo excompañero cuando coge el teléfono y cuelga acto seguido. A Selvy le irrita la broma. Recuerda con acidez su gran defensa sobre Jones y cómo comandó la remontada. "'Hot' Rod podría hablar de eso", exige. Baylor explica: "Selvy es muy sensible. No es de la clase de personas a las que les gusten esas burlas".

Lo dice con una sonrisa dulce, siendo el más legitimado para la amargura. Baylor lideró la lucha por los derechos civiles, negándose a disputar un partido de exhibición en Charleston después de que le hubieran negado la entrada por negro en el hotel del equipo y en varios restaurantes. Participó en el amago de huelga del All Star de 1964 que provocó importantes mejoras laborales. Fue un alero universal que "convirtió un juego horizontal en otro vertical", el precursor de los fundamentos técnicos modernos, capaz de anotar 71 puntos. La derrota lo opaca todo, aunque sea el capricho de un centímetro, como ese tiro de Selvy a cuyo recuerdo se resigna: "Muchas veces he pensando en el 'y si'. Lo podría haber cambiado todo".