El Celta se quedó a cuatro minutos de coronar una noche perfecta, de esas que desbordan fútbol y pasión y permanecen en el recuerdo de los aficionados durante toda una vida. La gente envejece contando historias de partidos como el que ayer presenció un entregado Balaídos, conmovido por el sacrificio de sus jugadores y por el meneo que en muchos momentos le dieron al poderoso Real Madrid. El gol de Cristiano Ronaldo en el último suspiro, cuando el equipo de Herrera ya no tenía un gramo más de fuerza en el cuerpo y trataba de defender el maravilloso 2-0 que tenía en el zurrón, deja un ligero poso amargo en el partido ejemplar del equipo vigués, planteado de manera perfecta por el técnico y que los futbolistas interpretaron de forma primorosa para desbordar a uno de los gigantes del fútbol mundial. Ese tanto postrero del portugués, a quien unos minutos antes el árbitro había perdonado la expulsión, complica la eliminatoria para los vigueses que defenderán en el Bernabéu una exigua renta.

Al margen del resultado final y de las opciones de seguir o no en el torneo, el Celta sale engrandecido del enfrentamiento con el conjunto blanco. El Real Madrid fue por momentos un juguete en manos de la energía y el sentido común de un Celta que sabía que para tener alguna opción debía rozar la perfección. Habría que sufrir tanto como jugar y eso sucedió en muchos tramos del partido en los que empequeñeció al rival hasta hacerle sentir impotente. Solo el cansancio de los célticos en los instantes finales y la evidente calidad del Real Madrid apretó el duelo de cara al encuentro del próximo 9 de enero.

El partido del Celta es también un premio a la valentía y el descaro con el que Herrera planteó el choque. Nada que ver con la prudencia excesiva mostrada en el Bernabéu en el encuentro de Liga. Salió el técnico con casi todo lo que tenía a mano, dejó a Oubiña como sostén del equipo y a partir de ahí alineó a Augusto y Khron-Dehli -más tirados a la banda de lo habitual-, a Bermejo, Park y Aspas. Quería atacar con decisión al Real Madrid, sobre todo por los costados donde estaban Varane y Arbeloa, y tapar su salida con el brutal trabajo de Bermejo sobre Xabi Alonso. Todo salió bien. El Celta descosía con facilidad al Real Madrid por la superioridad que ejerció en las bandas gracias a las subidas constantes de Roberto Lago y Mallo. Supo elegir la velocidad para cada ataque, correr cuando lo pedía la jugada o esconder la pelota si era necesario. El conjunto de Mourinho se sintió inferior al Celta y poco a poco, alejado del balón y recurriendo al pelotazo, se fue refugiando en su área mientras se sucedían las ocasiones del lado céltico, sobre todo de Park que tuvo tres veces la ocasión de abrir el marcador. Por momentos la primera parte fue un agobio. Había olido sangre el Celta que ganaba todas las pelotas divididas, que tenía a todos los jugadores en su sitio mientras el Real Madrid caía en el desorden a la espera de que la hiperactividad de Ronaldo le diese algún fruto. El 0-0 del descanso era un premio gigantesco para los madridistas.

Prueba de que Mourinho estaba realmente asustado fue que Ozil, que le salvó hace unos días en Valladolid, apareció en escena tras el descanso por Di María. Más madera en la alineación blanca. No se asustó el Celta que salió mandón y autoritario. Sin cambiar las líneas que trazó en el primer tiempo. Con la defensa casi perfecta, los laterales incansables, Oubiña omnipresente y Khron-Dehli convertido en un diablo que corría y jugaba a partes iguales. Solo Park y Aspas -algo impreciso el moañés-, faltaban al festival. Pero no hizo falta. La insistencia y generosidad del Celta tuvo su premio en el minuto 56 cuando Khron-Dehli ejecutó una jugada perfecta en el vértice del área grande y colocó el balón en el segundo palo donde apareció Bermejo para fusilar a Adán.

La voracidad del Celta no se detuvo en ese punto. Incluso tuvo demasiada lo que le hizo precipitarse en algunos ataques claros frente a un Real Madrid que daba tumbos como un boxeador a punto de caer en la lona. En esos momentos faltó un punto de calma, de precisión en el pase, de serenidad. Pero la sangre ya no llegaba igual a la cabeza. El esfuerzo realizado bajo un aguacero interminable empezaba a cobrar su peaje. Herrera sacó piernas frescas con De Lucas y pulmón con Bustos. Sucedió entonces lo impensable. El alicantino llevaba un minuto en el campo cuando recogió un pase de Bermejo, dio dos pasos y desde más de veinte metros conectó un misil que entró por la escuadra de la portería defendida por Adán. El gol de su vida.

La situación con el 2-0 era límite para el Real Madrid. También lo era la reserva de fuerzas del Celta que sintió que le costaría mantenerse en pie. Herrera dio entrada a Vila por Bermejo, el guardián de Xabi Alonso. Y la primera vez que el donostiarra se quedó sin su sombra colocó un balón perfecto a la espalda de los centrales que Ronaldo -que unos minutos antes se había merecido la expulsión por una entrada a Hugo Mallo- aprovechó para marcar el gol que devolvía la vida al Real Madrid. Un final amargo de partido, pero que no estropea la noche colosal que el Celta regaló a su gente, entregada y orgullosa como pocas veces.