No es difícil imaginar en quién pensó Carlos Mouriño cuando el árbitro pitó ayer el final del partido y el Celta volvía a ser oficialmente equipo de Primera División. Su figura es imposible de analizar sin tener en cuenta el terrible drama personal por el que ha pasado desde que en junio de 2006 accedió a la presidencia del club tras comprar las acciones de Horacio Gómez. Las trágicas pérdidas de su hijo Camilo y de un nieto hicieron dudar de que encontrase fuerzas para seguir adelante con su proyecto en el Celta. Cualquiera en su situación difícilmente lo habría hecho. Pero Mouriño mantuvo en pie su apuesta y trató de encontrar la ilusión suficiente como para cumplir su deseo. Incluso soportó la presión familiar que le recomendaba distanciarse del equipo que le estaba consumiendo. Tardó, pero al final el fútbol también decidió concederle una alegría. Su imagen ayer en el palco del estadio, abrazado a los nietos tras la finalización del partido, es también una de las escenas imprescindibles de este ascenso a Primera División. Había mucho contenido en ese gesto de cariño y resulta complicado no conmoverse con algo así.

Lo cierto es que la travesía por el desierto de la Segunda División no ha sido sencilla para el presidente del equipo. Mouriño y su equipo tardaron en encontrar el camino correcto por el que conducir al Celta. No se puede negar que en sus primeras temporadas se equivocaron demasiado. Basta con echar un vistazo a aquellas plantillas formadas con escaso criterio y a la ristra de entrenadores en cuyas manos se puso el destino del equipo. El Celta estuvo cerca del desastre absoluto en aquellos años en los que se estuvo más cerca del descenso a Segunda B que del regreso a Primera División. Mouriño lo pagó en primera persona. Tardaría en admitir que en esas primeras temporadas la prisa por volver a la máxima categoría llevó a tomar malas decisiones.

La situación comenzó a cambiar hace algo menos de tres años cuando el Celta decidió ver hacia su propia casa. Por un lado Mouriño cumplió con una de sus promesas, la de darle un carácter más gallego al equipo. No se puede obviar que en gran medida la situación económica exigía soluciones de emergencia. La mayor parte del mandato de Mouriño en el Celta ha estado marcado por el proceso concursal al que se sometió para solucionar la mala situación económica por la que atravesaba el club y que ponía en serio riesgo la supervivencia de la sociedad en el fútbol profesional. Eso apretó en máximo al Celta que adelgazó su estructura y abordó un cambio radical en todos los ámbitos. No se salvó casi nadie. Bajaron los sueldos de forma evidente, salió mucha gente del club, los jugadores pasaron a cobrar mucho menos. Esfuerzos de toda clase. En ese sentido el Celta fue uno de los precursores del camino que van a tomar buena parte de los clubes españoles si quieren seguir vivos en un futuro. Mouriño dirigió ese cambio radical. Pero en la enfermedad también estaba la solución. Obligados a apretarse el cinturón, los canteranos del Celta encontraron el remedio para llegar al primera equipo y disfrutar de la oportunidad que perseguían desde hace mucho tiempo. Mouriño siempre insistió en que ese era su deseo. Se percibía cierta complicidad con la cantera gracias a su presencia permanente en los partidos del B y en las eternas reuniones que se suceden en Plaza de España para discutir la situación de los diferentes equipos de las categorías inferiores. Y el Celta y Mouriño fueron sacando la cabeza. Siempre haciendo números y en gran medida poniendo de su bolsillo el dinero suficiente para llegar a fin de mes en muchas ocasiones. Este es uno de los temas que Mouriño elude de forma permanente, pero que no se puede negar. En muchos momentos de la vida del club en los últimos años el presidente ha tenido que tirar de la chequera para tapar un agujero inmediato. Lo saben los jugadores y en gran medida los aficionados, que con el paso del tiempo han terminado por superar la distancia que en los primeros meses sentían con el presidente del Celta.

Ha cambiado mucho su relación. Se advirtió en los últimos partidos jugados fuera de casa en los que la complicidad entre el presidente y los aficionados se hizo muy evidente. Ahora Mouriño encuentra el premio después de cinco años marcados por las derrotas y por las apreturas económicas. Se supone que la situación del club se relajará gracias al contrato televisivo que verá incrementados los ingresos de forma exagerada y que eso permitirá que el plan de viabilidad salido del concurso se cumpla con mayor facilidad. Ayer disfrutó de su gran día después de cinco años especialmente duros para él y proclamó desde el palco de la Plaza de América que todos los celtistas son sus "amigos".