El Celta ha sobrevivido a Santo Domingo. Es la primera vez que lo consigue. El empate sabe a gloria, aunque algún adversario se le aleje en la clasificación. Muchos sucumbirán en la casa del Alcorcón. Esta visita exige compromiso, tensión, agresividad, fiabilidad en el juego subterráneo. Sudor y sangre. Facetas en las que los celestes han fallado en otras ocasiones. En tal sentido, la igualada puede suponerle al conjunto vigués una suerte de rito iniciático de madurez si aprende la lección. Si en cada balón, como ayer, vuelca el alma.

Santo Domingo es un campo de Segunda B. La categoría de bronce impregna su arquitectura. La cancha no se ha adaptado tras el ascenso local sino al revés. El juego se transforma. Adquiere contundencia, entusiasmo y descontrol. Cualquier asalto ha de partir de la premisa de igualar al Alcorcón en el despliegue físico. Lo consiguió el Celta en la primera mitad. Le faltó puntería. En la reanudación, los olívicos padecieron. Carecieron de ese instante de lucidez que los hubiera distinguido de sus rivales. Supieron entender, al menos, que un partido no debe perderse cuando no has podido ganarlo. El ascenso exige dosis de pragmatismo en estos días.

El Alcorcón no admite matices. Habita en el hogar ideal para sus intereses. Santo Domingo es un elemento clave en su proyecto, más esencial que cualquier fichaje. Equipo y campo se funden en comunión. La cancha invita a la intensidad en espacios cortos. Al juego viril, de choque continuo. El balón emigra por el aire de un área a otra. Genera riñas inmediatas si se posa. El empeño local acota espacios y ciega cualquier pasillo interior.

Paco Herrera acepta esa batalla. El Alcorcón, como anfitrión, siempre conduce el juego a su propio universo. El técnico celeste resta creación; añade oficio. Bellvís toma el lugar que habitualmente ocupan Orellana o Joan Tomás. La llovizna y el permisivo criterio arbitral secundan la apuesta. El Celta abunda en trabajo. Se crece en los balones divididos. Insa gana metros sobre Oubiña, como en rombo, y lidera la presión. Es la consigna de Herrera. De Lucas y Roberto Lago prueban desde lejos. El cancerbero local se luce en un cabezazo cruzado de Iago Aspas. Bermejo chuta al palo.

Yoel dormita en la primera mitad. Notable periodo, con nulo botín. Le falta al Celta variedad en el último tercio. Demasiado centro lateral, fácil de controlar para los fornidos centrales. Escasas apariciones de Aspas. Se añoran las paredes que desnortan al rival.

El Alcorcón no tiene truco ni plan B. Su remedio contra el dominio céltico consiste en pisar a fondo el acelerador. Una maquinaria de engranaje simple, pero efectivo. Persigue la extenuación del rival, que en algún momento se agote su capacidad de sufrimiento y afloje. Es la táctica del bulldog, a dentelladas, sin sutilezas. Y es cierto que el Celta, aunque conserva la actitud, recula un tanto y se distancia de Aspas, condenado a una pelea inútil con sus marcadores. A los celestes se les descose el discurso. Bermúdez palpa a Yoel. Quini dispara alto. El Alcorcón empuja centímetro a centímetro. Gana empuje en terreno de nadie, entre trincheras.

Herrera intenta insuflar energías al grupo. Introduce a David por Aspas. Busca el desmarque del talaverano a la espalda de la retaguardia madrileña. Anquela responde con Oriol por Sales. El choque se queda sin la escasa pausa que tenía, aunque Insa terquee en el intento. Ya ningún compañero acata sus instrucciones. Duelen los músculos. Aparece el miedo. El Alcorcón ataca por compresión. Los balones sobrevuelan la meta de Yoel. El Celta boquea. Sueña con el pitido final. Su mérito es blindarse en las acciones a balón parado, en las que los locales malgastan sus últimas balas. La conclusión encuentra a los dos equipos completamente vacíos, sin mucha brillantez que recopilar, pero dignos en su generoso esfuerzo. Los célticos podrán sostenerse la mirada en el espejo.