No sopla a gusto del Iveco. Sexta derrota consecutiva. Sensación de impotencia como nunca antes pese a lo ajustado del tanteador. El Getxo se adaptó mejor al huracán que azotó As Lagoas. Lo convirtió en su aliado. El XV del Olivo, en cambio, se ofuscó con el velaje. Equivocó la lectura de lo que convenía en cada periodo. Quiso pegarse con el viento, que siempre gana sus batallas. Ha limado la superficie del planeta durante millones de años. Se le han rendido las montañas. El equipo vigués fue un juguete en sus manos.

Gallegos, vascos, neozelandeses, ingleses... Todo seres de agua. Se han criado en tardes desapacibles. Los vigueses conocen bien el microclima del CUVI. Una tierra inhóspita, boreal, que exagera las inclemencias. Este octubre extraño, sin embargo, los había emborrachado de sol. Ayer se sintieron visitantes.

El Getxo jugó a favor de viento en la primera mitad. Snee lo rentabilizó con el pie. Cada vez que sus compañeros se asfixiaban, ponía el oval más allá de la 22 olívica. El efecto es contrario en el juego a la mano. El viento complica la combinación. Promueve el avant. Pero al conjunto visitante no le afectó. Juegan de forma permanente a la corta. Un pase y choque. Ritmo de tambor. Suficiente. El Iveco, sin la voz de Carlos Blanco para desplegar la línea, se desordenó en el ensayo de Bentall.

A los locales se les nota la bisoñez en lo que penalizan sus errores. Apenas un fallo de placaje y todo se derrumba. Ellos, en cambio, mueven el balón por todo el frente bélico. Se esmeran en la elaboración, con mucho griterío y escasa satisfacción. Presionaron al Getxo lo indecible. Daniel Hall, liderando la avalancha junto a Roy Griffin, posó en zona de marca. El viento abofeteó la conversión de Hamilton cuando se colaba.

Fueron los mejores instantes. Monreal y Maxwell han ajustado el mecanismo de la touch, pese a que la meteorología la convertía en una lotería de saques parciales. La melé, aunque inferior en tonelaje, sostuvo el tipo. Pakito se coló y galopó contra el destino. El placaje lo hizo morir en la orilla, acariciando la ventaja.

El XV del Olivo había soñado con el viento a favor. El deseo se le atragantó. Otro placaje dulzón permitió el 5-14. El Getxo cerró el choque. Snee pateaba casi a ras, por debajo del radar, flirteando con las rachas. Su equipo se metió el oval en el bolsillo. A Hamilton, en cambio, las patadas se le iban por el fondo o no salían por el lateral. El juego se empantanó en la medular. Colaboró el árbitro con su afán intervencionista. En el Iveco cundió la desesperación. Sin posesión, se mustia. Le puede la ansiedad.

Aunque pierda, con todo, el equipo vigués siempre se redime en espíritu. Empujó cuando el cronómetro ya le chistaba, incluso aunque Gus se fuese a la caseta con tarjeta amarilla dejando a los suyos en catorce. El Getxo ametralló infracciones para frenar esa última acometida. Con el tiempo cumplido, el Iveco renunció a jugar y Hamilton conquistó a palos el punto bonus. Aunque un ensayo transformado hubiera supuesto lo mismo, es un síntoma de madurez, elogiable y a la vez triste. El Iveco renuncia a la infancia ingenua, a la poesía. Crece a golpes. Colista, en el único puesto que obliga a disputar la promoción de permanencia con el tercero de la Honor B, mantiene al Sanitas a tiro (6 y 3 puntos). Será su próximo rival, en Alcobendas.