El Pilotes Posada Octavio se llevó los puntos en el balance contable del derbi; los dos equipos se repartieron los aplausos de un Central enfervorecido. Por sobre lo material ganó el balonmano. El encuentro fue complejo en matices tácticos, poliforme, atractivo, con instantes de calidad y otros muchos de coraje, épico en la resolución, intenso en el desgaste. Vigueses y cangueses se dejaron el alma en la batalla, la enésima de su rivalidad eterna, construida sobre la furia y el respeto. La Ría duerme tranquila, sintiéndose honrada en ambas orillas.

Ganó el Pilotes porque se ha acostumbrado a vivir en el alambre, en un equilibrio imposible entre el abismo y la victoria. Juega con mano firme a la ruleta rusa. Él se lo guisa y se lo come, domina, se descompone y se reinventa. El Frigoríficos acababa de escalar la montaña impulsado por Doder, había igualado el choque a 18 y ya paladeaba la sangre del rival. Apareció entonces Cacheda con el metrónomo, se agigantó Xavi bajo palos, amuralló Macías los seis metros. También giró la veleta de los árbitros (más exclusiones para el Pilotes; más penaltis contra el Frigo). Los Vinagre contribuyeron a aderezar el choque. La diplomacia enriquece el juego. Quique Domínguez, extrañamente manso, gestionó con pausa sus protestas; Pillo probó a incrementar la presión. Pero el triunfo se le fue entre los dedos.

El encuentro comenzó a la carrera, como se había anunciado. "A galopar, hasta enterrarlos en el mar", cantaban ambos contendientes. Nadie vive como el Pilotes Posada a la velocidad de la luz. El frenesí invalidaba la superioridad en kilos y centímetros de la primera línea canguesa. Los académicos se instalaron en una ventaja de entre dos y cuatro goles, amagando con romper el choque sin cumplir su amenaza.

Pillo sabe que el Pilotes se concibe desde los extremos. En el remedio estuvo el pecado. Abrió su defensa y por las grietas del acordeón se le fueron colando los laterales vigueses. Entre González, Polakovic y Cacheda se las arreglaron para compensar el día nublado de Cerillo. El gran goleador no marcó hasta el minuto 14 y de penalti.

El Frigo, en ataque, vivía de los caminos que desbrozaba David García y del brazo biónico de Doder. No necesita una amplia gama de productos. Finta, se abre hacia el lado fuerte y apuñala. Quique aplicó a Macías en su marca. Bastó para llegar al descanso en ventaja (15-12), aunque ya los cangueses habían empezado a llevar el choque a un terreno más conveniente.

El Frigo había tirado de las riendas. Aumentó la profundidad de su defensa y aletargó el juego. El Pilotes ensayó un 5.1 que se le atragantó a él mismo. La escuadra olívica, pese a sus registros impecables, reincide en errores de peso en cada partido. La rentabilidad de las superioridades numéricas es lamentable. Le cuesta conectar con el pivote. Se complica a veces en la circulación y añade un pase extra cuando ya ha horadado el hueco. El Frigo era más sencillo en su fórmula: cargas de Doder y Espino al primer cruce y se acabó. Suficiente para empatar a 15 y después a 18.

Pero es ley inmutable en el deporte que las remontadas deben completarse. El Frigo siempre acarreó el lastre de ir a remolque. Tuvo un par de ataque para traspasarle la presión al Pilotes, para tentarle al menos los nervios. Los académicos, con la grada aullando, en éxtasis alterno y potaje de bombos, pegaron el tirón definitivo. Cerillo se atrevió desde los siete metros pese al mal día; su hermano Macías forzó una falta de ataque; Xavi le comió la moral a Lasiça. Los puntos se quedan en la orilla sur.