Joaquín Cortizo tiene la cifra grabada a fuego. 24 partidos de sanción. “15 en Liga y 9 de Copa”, concreta. Fue un preso que arañaba la cuenta de sus días en el muro de su celda. Lo sufrió en 1965, a los 32 años, cuando apuraba su tiempo como miembro del legendario Zaragoza de los “cinco magníficos”. “Nunca volví a ser el mismo”, asegura. Especialmente por el dolor que la injusticia le dejó. “Yo era inocente”, repite hoy como entonces, devuelto a la actualidad por la comparación con Pepe.

Cortizo había nacido en Ribadavia el 4 de octubre de 1932. Se hizo futbolista en su villa hasta los 22, cuando el Celta lo captó. Su relación con los celestes fue breve. Disputó dos partidos en la campaña 56-57 y cinco en la siguiente. Y se mudó al Zaragoza, donde haría fortuna hasta aquella amarga tarde de invierno, en que todo se torció durante un partido contra el Atlético.

No lo supo en el instante preciso. “Fue un balón dividido y un choque con Collar. El árbitro no me expulsó ni nada”. El rival se lamentaba sobre la cancha, con la pierna rota. Días más tarde el Comité de Competición lo sancionaba con esos 24 partidos de suspensión que aún suponen el récord en la Liga. “Fue por el Conde de Cheles, que era el presidente de Competición y a la vez el vicepresidente del Atlético. Una cacicada”. Volvió a jugar, pero sufriendo en los campos el acoso de los que le llamaban asesino. “Collar, pese a que sabía la verdad, no se portó bien”.

Cortizo dejó el Zaragoza y se fue al Jaén, donde agotó su carrera. Medio siglo más tarde sigue residiendo allí. Mantiene el vínculo con la tierra. “Hablo en gallego con mis hermanas en Ribadavia”, asegura, pese a la extraña mezcla de acentos que se le detecta en el habla. “Voy todos los años el mes de agosto”.

También sigue de cerca a su “Celtiña”. “Hace mucho tiempo que no voy por Balaídos, pero estoy pendiente. Ahora no sé qué le pasa. Va muy mal, parece que se va a Segunda B.No levanta cabeza. Le gana cualquiera”.

De civil ha sido constructor y miembro destacado de la sociedad jienense. “Como en Ribadavia, me conoce todo el mundo”. Para su gente no es el tipo más criminalizado del fútbol español. Pero entonces llega Pepe, se refrescan los archivos y su nombre sale a relucir. “Me tienen mareado. Cosas de la vida”.