Pocoyó es el personaje infantil de moda, el Espinete o el Yupi de esta generación. Un muñequito vestido de azul, que apenas habla y se parece sospechosamente a Celestino. La mascota sería el Pocoyó afeado por la adolescencia. Y es lo que define al Celta actual, poco de sí mismo.

Medio centenar de aficionados secundaron la protesta planteada por la Federación de Peñas contra la directiva. Parecía gente reposando su cansancio, sentada frente a la puerta de Presidencia igual que si matase el tiempo ante unas obras. Mouriño y sus consejeros entraron como de incógnito, sin que un mal reproche les lloviese. A los cinco minutos de partido entraron en el estadio. Nadie se dio cuenta.

Tampoco había tantos posibles testigos. 5.000 hinchas según las cifras oficiales de los tornos. Menos en apariencia. El celtismo es una afición anciana, que se encamina hacia su extinción. Aborígenes cercados por la civilización.

Pero hay tipos que batallan contra esa pérdida de población. Como Comando Celta, que ayer se llevó a un grupo de niños a Balaídos. Puede parecer maltrato, pero es en realidad la lección más importante que se les puede proporcionar.

Cosas sencillas como las que aprenden con Pocoyó, Eli, Lula, Pato, Pulpo y Pajaroto. Que bien podría ser la próxima alineación del Celta. El valor de la amistad, la importancia de una sonrisa... Y lo dura o aburrida que puede ser la vida. También hay que prepararse para estos miedos.

Los niños se afilian al Barcelona y al Real Madrid. Es normal. A todo el mundo le gusta ganar. Pero no conviene pedagógicamente. El futuro, a la mayoría, no les depara el triunfo sino repetir la existencia de sus padres.

Quiere decirse que la vida es el relato de un fracaso, como el del Celta esta temporada, siempre a la espera de un ascenso laboral que no llega. Es un estadio vacío como el salón vacío que nos aguarda al llegar a casa. Y mayormente una sucesión de días grises, que se imitan entre sí y vamos descontando sin nada que nos permita recordarlos. La vida es como el Celta y viceversa.

Hay que evitar el riesgo de la melancolía o la amargura. Este `Pococelta´ nos enseña a disfrutar de las pequeñas cosas, esas que quizá despreciamos porque la ambición, al cabo insatisfecha, nos ciega: una cerveza con los amigos o un gran gol de Núñez. Pocoyó en Balaídos es la gran aventura que merece la infancia.