El miércoles a la noche, frente al televisor en donde cerca de tres millones de personas veían ilusionadas el estreno de la serie Fariña, mi abuela lloraba de rabia e impotencia por recordar tal historia. "Se deixaran de remover na merda", me dijo contrariada. Y no hablaba por la generación perdida de aquellos años, ni por las emblemáticas figuras que los narcos clásicos de las Rías Baixas dejaron de legado. Si no por recordar aquellas épocas de las cuales la serie hace presente en su relato. "Os tempos da fame", me decía con lágrimas en los ojos. "E esa xentiña, arre demo, inda despois de estar presos, inda lle teñen que escarallar a vida máis todavía", sentenció mientras se levantaba y apagaba el televisor. No quiso ver la serie que está de moda dentro del panorama televisivo, pero los ojos llenos de lágrimas le recordaban a todas aquellas madres que lloraron al igual que ella esa noche por los hijos que caían en las drogas sin saber tan siquiera ni lo que eran. Pero, compasiva como es, también defendía desde el trato humano a los protagonistas de la historia. No les gustaba que se hablase de sus vidas, ni tampoco que se le rodease de una ficción mística. "Cada un fai a vida como a fai, e alá eles despois, pero os netiños deses homes tampouco teñen por que verse avergonzados polos seus avós, e andar a rillar na cabeza de se foron bos ou malos", le explicaba a la vecina al día siguiente mientras comentaban de mañana fría al calor de la "cociña de ferro", pensando en los problemas sociales o incluso personales que le pueden acarrear a las familias más directas el hecho de que se hable tan descaradamente sobre el comportamiento o las decisiones de por aquel entonces de los de la "Nécora". "Eran outros tempos", me dijo a mí. Eran épocas de decadencia económica, de pobreza social y sobre todo de generaciones analfabetas por falta de recursos, así que ciertas actividades consideradas ilegales a ojos de algunos, eran para otros el pan de cada día. " Tamén deron de comer a moita xente, meus probes", afirma a favor de muchos de ellos. Pero, pese a los elogios de algunos y a las críticas sobre si hicieron bien o no, creo que no hay mejor frase que la que dijo la vecina antes de cerrar la puerta porque empezaba a llover, "non se fala de se o can morde o dono, pero carallo de se o dono morde o can".

Así que, creo y estoy convencido desde hoy a la mañana tomándome un café delante del Faro de Vigo, que esta serie va a dar mucho de sí. "Dior nos colla confesados", decía entre risas la vecina mientras amasaba en la fariña para hacer una empanada. "Nunca chove a gusto de todos", sentenció mirando por la ventana la tremenda tormenta que asolaba el prado de delante de su casa.