Pocos son los que conocen el fin de su tiempo. Pocos son los que disfrutan del tiempo que desconocen.

Casi todos nosotros nos levantamos pensando en que nos espera un día más; uno, que puede que desperdiciemos pensando en lo que consideramos problemas, hasta que llega ese día que pone fecha de caducidad a nuestros sueños haciendo que los problemas se reduzcan a uno.

Intento imaginar una vida en 18 horas, como la de Heather Mosher, una valiente mujer que no dejó de luchar durante un año contra el cáncer de mama más agresivo que hay, el triple negativo. Los años se le escurrieron entre sus dedos como lo hace la arena de la playa en nuestras manos. Tan solo tuvo tiempo a contraer matrimonio en la capilla del hospital con aquel que había conocido un año y medio antes. Su luna de miel, su primera desilusión como matrimonio, su primer aniversario medido en horas, sus primeros planes para el futuro... Todo, en unas valientes dieciocho horas.

Supongo que no soy el único que percibe la forma inconsciente en la que derrochamos nuestras horas, nuestros minutos, seguros del crédito que nos resta en el reloj que marca nuestro tiempo. Sin embargo, Heather nos ha recordado lo que siempre hemos sabido, "que no importa la cantidad si no la calidad". Y que todos, y cada uno de nosotros, debiéramos dar lo mejor para dejar huella de nuestra vida, en esta vida, evitando ser meros espectadores de nuestra existencia.