Dijo mi hermana que el otro día la familia que aún conservaba unas pocas vacas en la aldea se había deshecho de ellas al alcanzar el matrimonio la jubilación. Y notaba su pérdida como propia, pues eran las que le surtían de leche a ella y a otros vecinos.

Esta noche empezamos a echar cuentas de los cincuenta y tantos hogares de que consta la parroquia que a lo largo de los años se habían deshecho de sus animales, sus tractores y demás material agrícola. Alguna de aquellas naves son ahora nidos de ratas haciendo de trasteros igual que los hórreos o garajes. Echamos un repaso de cuando empezaba la cosecha de maíz que todo el campo perdía de un día para otro su verdor poniéndose negro tras su arado. Hoy, salvo algunas parcelas grandes que están alquiladas por cooperativas de otras parroquias, todo lo demás, incluso las fincas de regadío, están a monte a entera disposición de una familia, también de jubilados, que se entretiene con el cuidado de unas cuantas ovejas. Y salieron las anécdotas: de cuando los jóvenes tenían que ponerse en el cruce del pueblo esperando que la recién cooperativa Feiraco los contratase, el empleado de la cooperativa de leche que aumentaba los litros de la hacienda paterna, aquel empleado de banca que mudaba los tres en ocho cobrando su diferencia, aquellos primeros empleados nocturnos despedidos por los bacanales que organizaban poniendo los envases al revés, aquel empleado que se marchó con unos millones dándose la buena vida en casas de mala muerte, aquellos directores generales que solo venían a saquear la empresa, aquellos dos hermanos conductores de los camiones de recogida, quien tras recoger la leche comentaron lo bien que se les había dado aquella mañana al aumentar los recogidos con agua, a lo que la buena señora oyéndolos, salió corriendo mientras marchaban gritándoles que no hicieran tal cosa con la suya, que ya ella la había bautizado, la leyenda negra de la orina de los animales para dar más grados... etc. etc. se fueron desgranando alegremente uno tras otro sin compasión.

Contado así a pelo da pena, pero esta vez gracias al albariño frío en su punto en honor a la compañía es todo un placer. Puro disfrute. Vamos, oro puro.