Desde pequeño he asociado la ciudad de Mánchester con el hito de ser la primera ciudad industrializada del mundo, con sus telares movidos por el vapor de una revolución que lo cambiaría absolutamente todo: la forma de trabajar, los derechos laborales, las cadenas de producción, la contaminación? Cosas buenas y malas y, algunas difícilmente clasificables a no ser que sientas los colores del omnipresente Manchester United. Desde hace un día esta ciudad será recordada por la muerte de veintidós jóvenes, en lo que algunos se empeñan en definir como una guerra y otros como una serie de atentados. Lo definamos como lo definamos, estamos perdiendo: vidas, razones, derechos a cambio de una falsa seguridad? Ganar o perder es un argumento engañoso, pero que entiende todo el mundo. Ganar una guerra que nunca se podrá ganar de forma convencional; un misil por cada atentado, más contingente por cada bomba. Nuestra sociedad no se puede parar, no se puede esconder en cuevas en medio de las montañas afganas, o en desiertos de Irak y Siria. Lo que sí podemos hacer todos es no facilitar esos argumentos que resultan tan atractivos para inmigrantes o descendientes de ellos, marginados y no integrados en nuestras ciudades. Si conseguimos esto, puede que algún día lleguen a existir más armas que manos dispuestas a empuñarlas. No habrá otra forma de evitar que finalmente nos resignemos a creer que estamos en guerra, para único beneficio de empresas armamentísticas y dirigentes de uno y otro lado más concentrados en generar el estado de alarma que les permita perpetuarse en el poder que en resolver realmente las circunstancias que lo alimentan.

"Mánchester junto al mar" es un precioso drama que merece la pena ser visto, en la que se habla de cómo una persona se niega a sí mismo una nueva oportunidad después de los errores pasados. En Estados Unidos, Mánchester mira al mar, en el Reino Unido la tierra se interpone a esta visión. Pero a pesar del dolor todos nos merecemos una segunda oportunidad.