Se fue Bibiano, lo hizo fiel a su estilo, el día de los Santos Inocentes, como no podía ser de otra manera. Se nos va de este mundo sin sentido y nos deja huérfanos de alegría. La semana pasada mientras disfrutábamos de nuestro vinito diario en la cabaña del monte Vixiador, ese que tanto amaba, me dijo: "Ojalá que cuando tengas mi edad seas tan feliz como yo soy ahora". Y con eso me voy a quedar, así como con su alegría constante y permanente, su férrea amistad, su bonhomía, su bondad, su inteligencia y adorable y fino sentido del humor; su impresionante capacidad para disfrutar de las más pequeñas cosas y, por supuesto, su incondicional amor a su mujer, a su adorada, Matu, y a sus hijos Dani, Xabi y Guille.

Promotor de conciertos, activista cultural y recolector de setas, como él mismo encabezaba en su página de Facebook. No importa con cuál de estas facetas nos quedemos: triunfó en todas, dejó huella y marcó un camino digno de ser seguido.

Es tan grande el vacío que deja que va a resultar difícil llenarlo. Siempre, siempre te tendré en mi memoria y ocuparás un lugar privilegiado en mis recuerdos vitales.

"Me sobran los dedos de una mano para contar las veces que estuve triste en toda mi vida", me dijo en una ocasión. Y doy fe de que es cierto. Era feliz, comprometido e innovador, se reía de su propia sombra y me honró con su amistad, esa amistad que ahora me falta y busco más allá de donde la razón llega.

Es bien cierto que la vida continúa, pero ya no va a ser igual. Contigo se rompió el molde y va a resultar difícil encontrar otro como tú.

Hasta siempre "can de palleiro", amigo del alma. Algún día nos veremos al otro lado. Espero hacer méritos suficientes en el resto de mi vida para ir al lado bueno, a ese en el que tú estás. Bien sé que no creías en esto, pero ojalá que estuvieses equivocado.