Gracias, comandante, por la rosa, el vino, la palabra y el pan.

Gracias por la lucha, la fe y la esperanza, por la libertad de los perdedores.

Gracias por las mañanas habaneras de guajiro y de son.

Gracias por esas noches placenteras de tertulia y de ron en el incomparable marco de "El Ranchón".

Gracias por mantener viva la luz de la esperanza para los pueblos que sirvieron de piezas de dominó para que la CIA y sus dueños jugaran una siniestra partida financiando a dictadores y guerrillas para que nunca llegara la estabilidad y la paz a las naciones.

Tú apostataste contra la banca, comandante, y te la jugaste, para saber ganar la partida interminable.

Te dejaron solo y resististe, como solo saben resistir los gallegos en la adversidad.

Creaste la otra América, la que no quería ser sometida por los poderes de toda la vida. Te negaste a ser un juguete en manos de los poderosos y nunca te lo han perdonado.

Tuviste una idea y la defendiste. Fuiste coherente y nunca te preocupó morir en el asfalto, sabiendo que siempre habría un cubano amigo que recogería tu testigo. Nunca te fiaste de los enemigos, que es la primera regla de la supervivencia, y mucho menos de los que se llamaban amigos.

Hoy, en la pequeña Habana de Miami celebran y festejan tu muerte sin saber que eso mismo les convierte en seres despreciables, porque una muerte siempre se honra, nunca se celebra, porque también hay que saber morir y Cuba necesita de ayudas, no de rencores.

Ignoran que el espíritu revolucionario permanecerá mientras haya un solo cubano que no quiera que la Habana sea Cancún.

Siempre se ha hablado de Cuba sin conocerla de verdad, sin entrar en su epidermis hecha de caña y ron, del sufrimiento que genera dignidad y de un pueblo que ha elegido ser diferente.

Hoy, como siempre -de gallego a gallego-, te digo en la amarga distancia: A tus órdenes comandante, hasta la muerte, porque morir es bello si se hace por una buena causa.

Cuando pueda volver a nuestra querida Cuba te prometo que arrojaré una rosa blanca al mar en los Cayos. Rezaré una plegaria ante la Virgen del Cobre en tu añorado Oriente y brindaré con tu copa de ron ahora vacía, porque los viejos rockeros y los revolucionarios nunca mueren, de verdad.

¡Hasta siempre, comandante!