Me cuesta dejar de pensar en esa niña madrileña de 12 años que murió por un coma etílico consecuencia de una noche de botellón a palo seco. Infortunio que desgraciadamente no es el primero ni será el último si instituciones públicas, ayuntamientos, educadores y familias no tomamos, de una vez por todas, conciencia de la dimensión de este problema social y decidimos poner fin a este fenómeno. Una práctica nociva para la salud de nuestros niños y jóvenes, por encima de otros problemas como las molestias vecinales, el deterioro de espacios públicos o la cantidad de residuos que genera.

No pretendo criminalizar a nuestros jóvenes. La mayoría son víctimas de esta moda nacida como una opción de ocio alternativo "low cost" para poder estar con los amigos y divertirse. ¿Hace falta beber alcohol por sistema para divertirse? Hoy los más jóvenes se inician cada vez más temprano en el consumo de alcohol, en mayor cantidad y con mayor graduación. Antes empezaban a beber de forma progresiva, hoy buscan el "pelotazo rápido". Consumir alcohol de manera frecuente, incluso hacerlo de forma compulsiva el fin de semana, acaba generando tolerancia -necesitan beber más y con mayor frecuencia para conseguir los mismos efectos-.

Los efectos del botellón pueden ser devastadores. Desde conflictos familiares, fracaso escolar, problemas de conducta, prácticas sexuales de riesgo, accidentes de tráfico, hasta una temprana adicción y la aparición de patologías como la cirrosis, hepatitis o pancreatitis. Sin dejar de obviar que en muchos casos el consumo de alcohol va acompañado de otro tipo de drogas.

No sigamos mirando para otro lado. Reclamemos la intervención de nuestras autoridades para poner coto a esta actividad perjudicial y buscar otras alternativas de ocio saludables y divertidas. Está en juego el futuro de nuestros niños y jóvenes.