El poder político identifica tener libertad con ser libre. Error de bulto. Tener libertad remite a categoría adjetiva inherente a dimensión política. Ser libre remite a categoría sustantiva inherente a dimensión metapolítica.

En dictadura solo tiene libertad la gente afín al dictador. En democracia todos, en teoría, tenemos libertad pero, en la práctica sucede que tiene más libertad quien tiene más dinero ya sea catedrático en la Complutense o preso en Carabanchel. Auschwitz (1942) como paradigma enseña que Victor Frankl resistiendo a la tortura tenía menos libertad que sus esbirros pero era más libre que ellos.

La igualdad hoy es un mantra. Somos iguales por el hecho de ser personas, pero definidos en clave de salud, saber o dinero somos desiguales. El poder nunca satisfará demandas generales de rasero alto. Al pueblo le gustan las promesas y como nada cuestan el político de turno promete sin límites pero tasa al dar. Por tal motivo el pueblo se queja con razón y no sin culpa.

La fraternidad se resiente al dispararse el deseo de independencia personal. El poder ha roto demasiados lazos fraternos a costa de ignorar nuestra filiación divina y de borrar los marcos referenciales del matrimonio.

¿Cómo evaluar la calidad de nuestra democracia más allá de su apariencia nominal? Propongo diseñar un test que dimensione la menguante verdad del discurso oficial y el creciente papel del Estado como policía del pensamiento en los últimos 38 años: ambos aspectos son, a mi juicio, una base sólida para evaluar bien y a fondo esta democracia y reparar sus grietas. Paciente trabajo de orfebre en todo caso. Y necesitado de mira alta.