Quién le iba a decir a Saturnino, allá por el 1961, que el pequeño Alberto alcanzaría tan altas cotas, ¿quién le diría que las siglas del partido fundado por Don Manuel se verían obligadas a difuminarse en el fondo blanco de unos carteles, en un intento de borrar cualquier rastro de mancha de corrupción propia o ajena, sobre el que el azul de la supuesta trasparencia contrastaba con un apellido "sinónimo de victoria", como si del Cid se tratase, ganando batallas hasta después de muerto, para ahuyentar a morados, rojos y convencer a naranjas?

Ahora los bardos de nuestros tiempos narran sus hazañas en las crónicas escritas que hablan de una victoria del PNV en Euskadi y de una nueva mayoría absoluta de Feijóo I de Galicia y V de España: "El salvador" de un partido que ha cambiado sus dos letras por las de un apellido con el objeto de mostrar el camino de la verdad a una supuesta nación equivocada en la diversidad política por simple desafecto con sus representantes.

No me importaría pensar que el bueno de Alberto no solo sería un magnífico gestor de lo privado, pero la triste realidad nos muestra que el pueblo gallego tiene muchos agujeros nuevos en su cinturón y muchos sueños menos: la receta tan deseada por los fondos de inversión y ejecutada con mano de hierro por Bruselas.

Es por ello que cuando tantos titulares obvian el nombre del partido caído en pecado, suplantándolo por el único presidente autonómico que gobierna en mayoría en España, puede que nos encontremos ante un claro indicio de que ha nacido una estrella para ganar en unas terceras elecciones si el tenaz Mariano continúa en su sempiterna estrategia de esperar mirando para otro lado, como si nada hubiese ocurrido en las entrañas de su partido, como si nada hubiese ocurrido en las entrañas de su país.