Es curioso cómo la política actual nos ofrece los mismos ingredientes que un espectáculo de circo: ambientación multicolor, malabaristas, trapecistas-funambulistas... y payasos.

El cromatismo es algo consustancial a la política: derecha, centro, izquierda. Y sus variantes, tendencias o ambigüedades, según sople el viento: centro-derecha, centro-izquierda. Moderado o radical.

El malabarismo también tiene su espacio en el arte de la política, pues es de conocimiento público, urbi et orbi, la habilidad que tienen algunos políticos para escamotearse, manipulándonos con subterfugios, circunloquios y efectistas juegos de prestidigitación verbal. El trapecio y el funambulismo, como en otros ámbitos de la vida, también están presentes en el panorama político. Unos, desafiantes y prepotentes, realizan peligrosos saltos mortales para satisfacer su ego y su ansia de poder. Otros, se balancean con gran habilidad sobre la cuerda floja, en una incesante búsqueda de protagonismo para medrar.

Finalmente, como en todo circo que se precie, los payasos tienen una gran relevancia y merecen todo el respeto. Sin embargo, los actores de la política en este país, por mucho que intenten hacerse los graciosos, ninguno podrá ostentar con respetuoso reconocimiento ese calificativo circense. Su vergonzosa actuación en las fallidas sesiones de investidura ha sido un espectáculo lamentable. Como lamentable es, también, que no nos devuelvan el importe de la entrada.