La ronda de contactos de Mariano Rajoy con los líderes de las formaciones más representativas, en un intento de lograr los apoyos necesarios para su investidura como presidente del Gobierno, hasta ahora no nos permite ser optimistas. No lo tiene fácil, ciertamente. Había que saber, sin embargo, si en esta vía de diálogo se planteó algún tipo de concesión por parte del señor Rajoy. En función de ello, del mismo modo que el equilibrio en los cuerpos sólidos, podemos llegar a tener un Gobierno estable, inestable o indiferente.

Un Gobierno estable, que es lo que deseamos los ciudadanos, y lo que necesita España, sería muy tranquilizador.

Un Gobierno inestable, con los actores dispersos en sus cuitas y desvaríos, sería muy preocupante. Pero un Gobierno indiferente, en el que la desidia tuviera una presencia relevante, sería una buena razón para hacer la maleta e irse a vivir a una isla deshabitada, en la que uno pueda decidir si quiere llevar una vida estable: razonablemente ordenada; inestable: viviendo en permanente desorden; o indiferente: echándose directamente a la bartola. Y aquí paz y después gloria.