Suerte la de los niños del centro de la urbe, la de las aceras anchas, la de los jardines exuberantes, la de los dinosetos mediáticos. Otra ventura tienen los niños del rural. Y hablamos del rural de Sárdoma, del rural que está a diez minutos del centro que tanto luce en piedra y adoquín recién instalado.

Intenté esta mañana ir con el carro de bebé (todoterreno, dígase de paso) por el paseo del Lagares, desde Moledo hasta el Centro de Salud. Mala suerte la mía. Socavones, desniveles, surcos de crecidas de río complican el paso hasta del que va más preparado. Di la vuelta para "pasear" entonces por la carretera. Aceras estrechas y llenas de obstáculos que ponen a prueba la destreza del que conduce el carro y hasta del que simplemente camina.

Alguna medida habrá que tomar, digo yo, para los que también pagan impuestos a pocos kilómetros del centro. Y no hablamos de aceras anchas de piedra, hablamos de un camino a pie de río y de una carretera que bien merece aceras de simple hormigón por las que quepa un carro, una silla de ruedas o, quién sabe, dos de la mano, que también tienen derecho.

Acuerdos políticos para grandes áreas metropolitanas que ocupan portadas de periódicos son bienvenidos, pero tal vez habría que hacer exámenes de conciencia y entregar los deberes de casa mejor hechos en el rural "de los diez minutos del centro".