A juzgar por sus actuaciones, nuestros políticos siguen en la más absoluta inopia respecto del grave problema demográfico que la sociedad padece.

Los políticos creen que la solución a este problema pasa por crear "incentivos", por ofrecer "compensaciones", por dar alguna propinilla a las familias para tener más hijos, pero están equivocados. Núñez Feijóo acaba de proponer crear un "fondo estatal de cohesión demográfica que valore el coste del envejecimiento y de impulsar natalidad", sin darse cuenta de que tal fondo no tendría otro efecto que el contrario al deseado, pues si las comunidades que más pérdida demográfica tienen obtienen a cambio una compensación por ello, sea del tipo que sea, entonces no les dolerá seguir teniendo pérdida demográfica y el mal se agudizará.

Hemos de recordar que en políticas para favorecer la natalidad está ya todo inventado.

Los nórdicos llevan muchas décadas definiendo todo tipo de incentivos y el resultado es casi inapreciable.

Hay países europeos donde, gracias a las ayudas, una familia de cinco o más hijos puede vivir sin trabajar, y no por eso la gente tiene más hijos. Que sigamos nosotros su camino es absurdo.

Lo curioso del caso, lo realmente sorprendente, es que la solución es mucho más sencilla que todo eso. Además, todos la conocemos. Pero tiene el problema de que es una solución que está bloqueada por intereses ideológicos. Radica simplemente en creer en la familia, creer en el matrimonio, creer en el compromiso, creer en el amor que crece, creer en los hijos sin cuestionar nunca su vida. Esta es la solución. No hay otra. Así de sencillo. Lo sabe todo el mundo, menos, por lo que se ve, los políticos. Y es que ellos colaboran justo en la dirección contraria: en definir familias hueras, en dar pasaporte a los hijos inconvenientes, en secar los engranajes del amor comprometido, en cosas así, que no sé si servirán para hacer muy feliz a la ciudadanía, pero que desde luego son inútiles para progresar en positivo, hacia una sociedad en la que se oigan de nuevo sonrisas infantiles en la calle.

Por suerte, hay familias que sí aportan a la sociedad muy en positivo (aquí en Vigo, las hay hasta de once hijos). Son familias que deberían estar permanentemente agasajadas, premiadas, compensadas y, sobre todo, comprendidas. Ellos traen niños al mundo a pesar de no contar apenas con incentivos. Pero creen en la familia, en la superación, en el amor sin reservas, y no le tienen miedo a las dificultades, que saben perfectamente que en cualquier momento les pueden llegar. Ellos sí conocen la solución. Pongámosles a todos ellos como ejemplos.

Por mi parte, quiero mostrarles mi admiración y enviarles también un sincero agradecimiento.