En menos de un mes ya tenemos aquí las elecciones y con nuestro voto, supuestamente, deberíamos cambiar el rumbo que ha tomado España. He dicho supuestamente porque no estoy del todo segura de que eso vaya a ocurrir.

En el año 2004, con 20 años, tuve que emigrar porque no tenía oportunidades de encontrar trabajo a largo plazo y, hoy por hoy, el panorama no ha cambiado mucho, creo que ha empeorado. Los que han de sacarnos de este pozo tienen pinta de no saber muy bien qué hacer con este desaguisado, si, ahora son todo promesas y reivindicaciones, pero cuando lleguen al poder sufrirán de amnesia temporal. De un PP carcomido por los escándalos de corrupción a un PSOE mudo, pasando por un fragmentado Podemos, un Ciudadanos que no acaba de convencer y una Izquierda Unida que es un holograma de lo que era, la cosa pinta negra.

La gente me dice que tenga esperanza, que la juventud votará y propiciará el cambio, y yo miro a esa juventud y me echo a temblar. Con 32 años me siento como un dinosaurio a su lado, comparo sus veinte con los míos y no hay color, son una generación absorbida por las redes sociales con un cerebro lavado, sin ideales y sin motivaciones. Cuando pienso que esta generación es la que ha de levantar y empujar el país es cuando más claro tengo que esto no va a cambiar.

Tenemos lo que nos merecemos y hablo en plural porque, pese a vivir en el extranjero, me sigo considerando española y sufro viendo la situación que está viviendo el país en el que me crié. Nos hemos convertido en una sociedad que, tras recibir tantos palos, no nos inmutamos porque nos caiga uno más. Pertenezco a una generación dormida, decepcionada y toreada, hemos sido utilizados como herramienta electoral para que los políticos pudieran alcanzar el poder y, una vez en él, volver a relegarnos al baúl del que solo nos sacan para ganar votos.

Me duele ver hasta donde hemos llegado, pero más me duele ver que las cosas no van a cambiar.