La vocación innata del ser humano es amar y ser amado; pero no es lo mismo "amar" que "desear" o "querer". Una cosa es el "eros" y otra el "ágape" -ambos son necesarios-. Amar es buscar la felicidad en comunión y conlleva una reciprocidad (dar y recibir, amar y ser amado). Amar implica darse en el alma y en el cuerpo -unitariamente-. La sexualidad es algo trascendente cuando va unida al misterio de la vida; el hombre no debe esclavizarse al sexo, atendiendo al simple deseo.

La revolución sexual ha conllevado la degradación de la sexualidad, su cosificación; hoy, dentro del ámbito sexual el sistema pretende adoctrinarnos con la "total normalidad", incluso contrariando la ley natural. Rebajar la sexualidad a una cuestión únicamente instintiva es degradarla, convirtiendo al ser humano en un objeto de usar y tirar, lo que irremediablemente concluye en satisfacción inmediata, pero en frustración a la larga. Los seres humanos poseen una dignidad en la cual su sexualidad está destinada a amar y ser amado y no a utilizar y ser utilizado. El ser humano no nació para ser un objeto de usar y tirar.

La sexualidad, que es una dimensión constitutiva de la persona (forma parte esencial de la misma), ha de ser una síntesis de amor, responsabilidad y compromiso. Lo que distingue a un ser humano de un animal es que el primero posee cuerpo y alma unitariamente, mientras que el segundo solo posee cuerpo. El ser humano no "tiene" sexo, sino que "es" un ser sexuado: es hombre o mujer. Lo demás es infravalorar y trivializar la sexualidad, independientemente de cualquier cultura o religión; estamos ante una cuestión antropológica regulada por una ley natural.

Vivimos en una sociedad en la que el sexo lo invade todo: medios de comunicación, publicidad, dibujos animados, etc. Los adolescentes son bombardeados por el componente sexual en todos los ambientes, y lo que es más grave, incluso nuestros políticos intentan adoctrinarlos a través de la educación en algunos centros educativos, recurriendo en ocasiones a infames y descaradas incitaciones a prácticas nada edificantes y éticamente impresentables.

Las estadísticas nos muestran que los adolescentes y jóvenes se inician cada vez más tempranamente en la práctica sexual. El "que casi todos lo hacen" no debe convertirse en norma; hay que ir contracorriente, aunque no esté de moda. A los adolescentes tenemos que hacerles llegar nítidamente el mensaje de que hay placeres que pueden ser peligrosos, y deben evitarse con firmeza, sin miedo "a la masa" borreguil. Es la única manera de que lleven responsablemente las riendas de su vida, sin dejarse arrastrar por el hedonismo ni por las instituciones que lo promocionan con gran ahínco y poca vergüenza. Aunque ustedes incluyan zafiedad en la educación de nuestros hijos, al mismo tiempo que eliminan de los planes de estudios asignaturas que favorecen el pensamiento crítico y el discernimiento, los padres estaremos vigilantes para que no adoctrinen a nuestros hijos y no nos usurpen nuestra misión. Hedonismo, "ideología de género", adoctrinamiento y educación son incompatibles por definición.