Es tan cierta y verdadera esta afirmación, como cierta y verdadera es su contraria: nacemos para morir y morimos para vivir; las dos se complementan. El domingo se celebró la Solemnidad de todos los Santos. Los santos no fueron seres extraterrestres, vivieron en este mundo, cumpliendo sus "deberes" y, por ello, merecieron el aprobado o salario del Maestro Divino, que les ha matriculado o contratado, para realizar una tarea, según su profesión o estado de vida. Muchos de esos santos nos son muy familiares y a ellos acudimos, para que intercedan por nosotros ante el Señor, y así nos ayuden en nuestras necesidades. En definitiva, los santos caminaron por la amplia senda de los Mandamientos, que el Señor entregó a Moisés, y la senda angosta de las Bienaventuranzas evangélicas, que Jesucristo nos predicó, con sus palabras y vida ejemplar. Muchos de esos santos fueron grandes pecadores pero, una vez convertidos al Señor le siguieron fielmente, y así alcanzaron la Vida eterna a la que todos estamos llamados.

Ayer, día 2, hicimos memoria de los Fieles Difuntos que, por haber sido un tanto descuidados de sus deberes en esta vida, sufren y se purifican en la antesala del Cielo (el Purgatorio). Para ellos ya se acabó el tiempo de merecer, cosa que nosotros podemos hacer por ellos, con nuestras oraciones y sufragios, que nuestra Madre, la Iglesia, nos recomienda, para nuestro bien y el de ellos.