Respiramos un poco más tranquilos al ver llegar a los primeros refugiados a la "soñada" Alemania. La cuestión es que, esto, tan solo es el principio de un movimiento a nivel mundial. Lo queramos ver o no, habíamos pensado que la Tercera Guerra Mundial se libraría en un escenario nuclear. Pues no: no será la amenaza radioactiva la que modifique las fronteras. Será el olvido del primer mundo, el mismo que infectó a la conciencia de esa Europa que miró hacia otro lado ante la barbarie de Bashar ala Sad, convirtiéndole a la postre, en un extraño compañero de viaje en la lucha contra el Ejército Islámico. Y qué decir del conflicto en Ucrania o los cientos de familias de Myanmar atrapados en Bangladesh, sin ningún sitio a donde ir; o la ya olvidada Libia?

Es triste, solo hemos reaccionado cuando la desgracia llamaba a nuestras puertas haciendo imposible esquivar la mirada sobre el horror de niños muertos en nuestras playas, de luchas en una estación de tren, de la imagen de las concertinas... La cuestión es: ¿qué haremos ahora? Acallaremos nuestras conciencias acogiendo a gentes, que en sus equipajes tan solo traen el dolor y la miseria o tal vez seremos más valientes y atajaremos el origen del problema en sus propios países haciendo un mundo un poco más justo.