La grandeza de Iker Casillas, el mejor guardameta de todos los tiempos, aflora tanto dentro del terreno de juego como fuera del mismo. La mejor cualidad que lo define como portero es la de incordiar a los delanteros.

Si Iker ha conseguido todos los títulos posibles para un futbolista tanto en el Real Madrid como en la Selección Española, su gran éxito es su humanidad. A pesar de los apelativos recibidos -San Iker, el ángel blanco, el guardián de la Galaxia-, él nunca quiso ser galáctico, nuca renunció a ser aquel niño de Móstoles para el que "lo primordial en la vida es ser buena persona más que ser buen portero. Aspiro a que la gente me recuerde como una persona que ha sido un buen deportista."

Si como portero sus manos, a veces, parecen tocar los astros, como persona su corazón parece entrelazarse con el cielo. Su último y gran triunfo, tiene un nombre: Dawid Zapisek, un niño polaco de catorce años que padecía una enfermedad degenerativa y que antes de fallecer consiguió hacer realidad su sueño: conocer a su ídolo, Iker Casillas. Hoy, Dawid está jugando en la eternidad, liberado de su inseparable silla de ruedas, con otra estrella del fútbol y de la humanidad, su compatriota, el pequeño pero grande Lolek (Juan Pablo II).