El primer pensamiento que uno tiene cuando le ve en las fotografías de los periódicos es el de un simplón, un tifossi, un ultra al fin dispuesto a acudir al último partido de su equipo de cabecera envuelto en mil y una simbologías. Y así es porque el nuevo líder político surgido de las urnas en Finlandia es todo eso y más ya que sus intereses no son ni mucho menos deportivos. Lo más preocupante es que no se dirige al estadio de turno sino al Parlamento de su país. Al Parlamento de un Estado miembro de la Unión Europea donde expondrá su programa-bazofia y que afectará a todos los ciudadanos de Europa y a algunos más que sueñan con llegar a ella. Cierto es que el caldo de cultivo para situaciones como la surgida en Finlandia ha sido fomentado por unas políticas de inmigración europeas que rozan la irresponsabilidad absoluta y de su permisividad van, estos energúmenos, sentando sus vergüenzas en lo más alto de nuestras instituciones y recordándonos una vez más episodios políticos que por desgracia están muy frescos aún en el Viejo Continente.

Resulta del todo intolerable que un bárbaro como el líder ultra de esta formación finesa ponga condiciones para rescatar a un estado hermano como Portugal (o cualquier otro) que pasa por momentos muy duros del que no es, único culpable.

Si hemos de tomar medidas extremas tan del gusto de este tipo de formaciones políticas abogo por la expulsión de Finlandia del Eurogrupo y dejar sitio a otros futuros miembros que tengan algo más claro el juego democrático.