Conocí al doctor Solla hace 29 años cuando me contrataron en el Hospital Xeral en el Servicio de Traumatología. Trabajé a su lado hasta su jubilación, compartiendo consultas, intervenciones quirúrgicas, guardias, congresos y ratos de ocio, porque además de colegas éramos amigos.

Laureano se formó en las mejores escuelas de Traumatología y Cirugía Ortopédica de entonces. En su estancia en Asturias con el doctor Vicente Vallina aprendió el tratamiento de las fracturas de columna, tan frecuentes en los derrumbamientos de los túneles de la mina que aplastaban sin piedad las vértebras de los mineros. Tiempo después en Madrid con el profesor don Vicente Sanchís Olmos, un icono en la Traumatología española, para continuar con su sucesor el profesor Vaquero; desde allí se fue a Alemania donde completó su especialización y conoció a su esposa Dagma, siempre a su lado, que asumió el tratamiento fisioterapéutico de sus pacientes.

De su ejercicio en el Hospital Xeral aprendimos, entre otras muchas cosas, cómo preparar las intervenciones quirúrgicas con tal meticulosidad sin dejar nada a la improvisación. Solíamos decir que era más alemán que su esposa. Siempre estaba dispuesto a ayudar al último que llegaba al servicio y a enseñar las técnicas que tan bien conocía, abierto a las novedades de la especialidad, viajábamos con cierta frecuencia a hospitales extranjeros, su conocimiento del alemán nos abría las puertas del mundo germano.

Recuerdo en un congreso nacional, en el período de descanso entre ponencias, una discusión científica entre dos colegas madrileños en un pasillo, que se zanjó finalmente diciendo uno de ellos: "He visto por ahí a ese gallego que sabe tanto de prótesis, vete y pregúntaselo". Y es que los implantes protésicos de cadera y rodilla que realizó han durado más que su propia vida. En otra ocasión el profesor Munuera, que tenía una lucha para que no se tradujera al español la palabra inglesa "interface" como "interfase ", sino como interfaz, se enteró que Laureano lo apodaba cariñosamente "el guerrero de la interfaz" y en una comunicación, dicho profesor, se dirigió al doctor Solla nombrándolo su escudero.

Lideró el aspecto científico del servicio. Sin embargo, la Administración le negó la merecida jefatura de Servicio tras la jubilación del doctor Recaredo Álvarez; entonen el "mea culpa" los que así actuaron.

Supo conciliar su vida laboral con la familiar, lo que tanto se predica últimamente, buena muestra es el triunfo profesional de sus hijos Alejandro, Elena y Cristina, que han recogido su legado.

Por la amistad que me brindaste y toda tu ayuda, gracias Laureano, descansa en paz.