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Aquí hay judías

"Quien come verdura, su salud procura", dice el refrán. Es el caso de la judía, una excepcional leguminosa llena de nutrientes, vitaminas y minerales que combina con todo

Esta leguminosa de forma alargada se puede encontrar en el mercado durante todo el año, aunque su mejor época en fresco es entre abril y octubre. Pocos productos tan humildes y tan cultivados pueden tener tantas propiedades. Son un tesoro nutricional sin grasas, apenas calorías, fuente de fibra, ricas en folatos, minerales y vitaminas. Y además acompañan multitud de platos.

La judía como tal es el fruto inmaduro de la planta Phaseolus vulgaris, conocidas por diferentes nombres, desde frijoles o porotos en Sudamérica a vainas, bajocas o xudías en Galicia. Su origen es incierto, hay quien las sitúa en China o India, mientras que otros historiadores centran su proveniencia en México y otros países sudamericanos. Lo que sí parece constatado es su antigüedad, pues se data su consumo 5.000 años antes de Cristo. Llegarían a España y a Europa tras las expediciones al Nuevo Mundo.

Existe un amplio abanico de variedades de esta leguminosa atendiendo a criterios como altura, forma de la vaina y color de la misma, desde verde a morada. Como curiosidad, su consumo como verdura no comenzó hasta el siglo XIX, porque hasta ese momento se cosecharon solo por sus semillas, es decir, los guisantes y habas. A diferencia de otros alimentos llegados de América, la judía fue muy pronto aceptada por la población y la planta se propagó rápido.

Es uno de los cultivos más habituales en los huertos gracias a su adaptabilidad y resistencia, tanto para sembrar en forma de legumbre como por sus tiernos granos verdes que se recolectan para consumo propio o para la industria.

En el campo se siembran en primavera, crecen deprisa y van produciendo durante toda la estación cálida. Al llegar el otoño las matas acaban su ciclo vital y dejan el suelo enriquecido en nitrógeno -como es habitual en las leguminosas-. En los invernaderos se cultivan y cosechan abundantemente durante todo el año.

Combinan en infinidad de recetas, solas o acompañando otras elaboraciones como ensaladas, cremas, revueltos o salteados. También con pasta, como guarnición (habitual con jamón) o potenciando el sabor con carnes y pescados e incluso en repostería en forma de galletas o bizcochos. Aunque muchas veces lo sencillo es lo más exquisito. Cocidas, servidas con una patata también cocida y aliñadas con un buen aceite de oliva o con ajada, son todo un manjar. .

La planta es trepadora, de unos dos metros de altura y fuerte, con racimos de una y dos flores blancas o moradas, de donde nace la vaina.

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