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El emperador de París

Malascalles

El emperador de París

Después de una "Blood Father" inesperadamente suculenta en parajes estadounidenses con un Mel Gibson al rojo vivo, Richet vuelve sobre sus pasos para cargar sobre sus hombros una ambiciosa mezcla de folletín con evidentes huellas de Dumas, acción destemplada con ecos hollywoodienses y peripecias de callejuelas y grandes salones en los que la lucha de clases se manifiesta en todo su esplendor y miseria. La apasionante figura de François Vidocq, de carisma un tanto siniestro y moral atrapada en encrucijadas con muchas púas, da mucho juego a la hora de hurgar en las heridas purulentas de una sociedad anónima cargada de seres abyectos y ambiciones purulentas. Desde el arranque en cautiverio hasta el emocionante final (hermoso plano de firmeza castrense y desvanecimiento personal), "El emperador de París" se apoya en una potente interpretación de un Vincent Cassel nacido para encarnar al descarnado personaje, capaz de sobrevivir en los peores escenarios de París y, al mismo tiempo, despertar cierta zozobra sentimental en las mujeres que se cruzan con él. Con un impecable trabajo de ambientación y una fotografía que sumerge al espectador en la época con luces mortecinas y sombras sospechosas, la película supera sus altibajos de guión con firme y contundente realización de Richet.

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