Cuando un realizador firma un largometraje redondo, es una satisfacción, y más aún cuando confirma con su segunda obra que su primer acierto no fue por azar. Es el caso de Mohamed Diab, cuyo talento tras "El Cairo, 678" se eleva al paroxismo en "Clash", donde convierte un furgón policial en un laboratorio social sobre su país en el que une con tensión, precisión y humanidad ideologías y caracteres en combinaciones avasalladoras. Además del redondo ropaje cinematográfico, obras así nos desvelan a humanos víctimas de un mundo en conflicto en el que nacen, crecen, se reproducen y chocan por ideologías o creencias que los separan de forma superficial. Deja sin aliento.