En general, los dramas norteamericanos bien intencionadas y políticamente correctos no admiten mucho margen de maniobra, solo que en el caso de "Ático sin ascensor", cuyo máximo atractivo es contar con Morgan Freeman de cabeza de cartel y con Diane Keaton como cómplice, el guión es tan simple (y a veces hasta cuestionable) que uno puede averiguar el final cuando apenas lleva diez minutos de película.
Claro que lo que valora el público potencial de producciones como esta sobre la tercera edad es que fluyan o que contengan las dosis apropiadas de romanticismo a la vieja usanza. En ese sentido, la película, con perro incluido, da el pego, y además lo hace en un tono jovial. Y de paso nos ofrece una esperpéntica perspectiva de cómo funciona el sector inmobiliario en una de las ciudades más conocidas del orbe.
