"Estoy firmemente convencido de que los próximos 18 meses decidirán nuestra capacidad para mantener el cambio climático en niveles que podamos sobrevivir, y para restaurar el equilibro natural que necesitamos para nuestra supervivencia". Esta tesis es de Carlos de Inglaterra. En puridad, ya no quedan esos 18 meses: el Príncipe de Gales marcó ese plazo en julio, durante una reunión con los ministros de Exteriores de la Commonwealth.

Las costumbres, nada edificantes, de Carlos de Inglaterra han salido a la luz con el libro "...And What Do You Do? What The Royal Family Don't Want You to Know" ("¿...?y qué haces? Lo que la Familia Real no quiere que sepas"), escrito por Norman Baker, un escocés que llegó a ministro en el gobierno de David Cameron, analiza en el volumen -que está levantando una auténtica polvareda en el Reino Unido- las finanzas de la Familia Real Británica.

Así dio a conocer que durante un viaje del heredero británico a Canadá, tras una estancia en Winnipeg, al sur del país, la comitiva real se desplazó hasta Isla Victoria, en el archipiélago Ártico. Una vez allí Carlos se puso furioso al descubrir que su ayudante de cámara se había olvidado en Winnipeg su calzador favorito. El cabreo tuvo que ser mayúsculo, ya que fletó un avión a reacción de las fuerzas armadas de Canadá para trasladar el añorado calzador. Tras hacer los 2.400 kilómetros de travesía, el calzador fue recibido por un convoy policial que custodió al objeto hasta que se pudo reunir, felizmente, con su propietario. Esta anécdota pondría furiosa a Greta Thunberg por la huella del carbono de la travesía.