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Pierre Lemaitre, cronista del engaño y la venganza

"Los colores del incendio", la segunda entrega de la trilogía iniciada con "Nos vemos allá arriba"

Pierre Lemaitre, cronista del engaño y la venganza

Corre 1927 y están a punto de comenzar las honras fúnebres del financiero Péricourt,"un puntal de la economía francesa", un banquero de los de antes. La muchedumbre se agolpa frente a la casa del prócer. No falta ni el presidente de la República. De pronto, un niño ?el nieto del finado? se arroja al vacío desde el segundo piso de la mansión familiar. Cae sobre el féretro. Conmoción general y conmoción del lector. Antes de llegar a la página 20, la trama argumental ya nos ha atrapado. Por delante, más de 400. Novelón puro: extenso, popular y melodramático. Engaño y venganza. Un nuevo Edmundo Dantés, encarnado ahora en una mujer. Pierre Lemaitre ha vuelto a hacerlo.

Si ustedes han leído Nos vemos allá arriba y les gustó, no se perderán esta segunda parte. Si no la han leído, no pasa nada: Lemaitre (1951) les pondrá enseguida en situación. En realidad, Pierre Lemaitre es dos Pierre Lemaitre. Por una parte, está el autor de novelas negras de tanto éxito como desiguales que van de peor a mejor en la cronología: ese petardo aquí titulado Irene, la inquietante Alex, la muy entretenida Rosy & John y Camille, que se lee muy bien. Todas ellas las protagoniza el comisario Verhoeven, pues no hay narrador noir que se precie sin policía incorporado. Aunque prescinde de él su creador al inventarse esa obra maestra del crimen, la intriga y los juegos con la voz narrativa que es la hipnotizadora Vestido de novia. Por otra parte, está el Lemaitre que tantea la novela a palo seco, sin subgénero policial, como con la estupenda Recursos inhumanos o la flojita Tres días y una vida. Creo que es este segundo Lemaitre el que va ensayando su admiración por Alejandro Dumas con obras menores hasta llegar a ganar el "Premio Goncourt" en 2013 con Nos vemos allá arriba (también en los mejores cines, si los hubiere aún) y prolongarla ahora con este explícito y tan redondo homenaje al escritor picardo (véase la lista final de "Agradecimientos" por si los lectores no lo hubiesen notado) y, en particular, a El conde de Montecristo. Como todo escritor que quiera hacerse ?a codazos, no queda otra? con un sitio al sol en Francia, Lemaitre es Michel Houellebecq, pero al revés. Mientras Houellebecq es el comodín en las conversaciones cultas, por su provocación y no sé cuántas cosas más que yo nunca he sido capaz de verle, Lemaitre reivindica la literatura popular, la literatura de Victor Hugo y compañía, los grandes novelistas del XIX y principios del XX. Acción, intriga, personajes con los que encariñarse o a los que odiar, escritura clara, pintura de ambiente precisa, mucho diálogo. Es astuto Lemaitre: sabe que escribir hoy novela del ochocientos tal cual, sin tener en cuenta los adelantos técnicos de Proust o Joyce es tontería y banalidad. Quiere hacer un novelón, no un subproducto basura. Y va y lo hace.

El título está tomado del verso final de "Las lilas y las rosas", un poema de Louis Aragon, con cambio de singular por plural: "Couleur de l'incendie au loin roses d'Anjou" ("Color del incendio a lo lejos rosas de Anjou"), que aparece ya bien avanzada la novela, para describir una revuelta popular naciente.

Comienza la narración en 1927, asentados los efectos de la Gran Guerra, y llega hasta la época en que los nazis preparan su desmán absoluto, 1933. Porque esta es otra de las características del novelón: la vida diaria de un grupo de personas encuadrada en lo que antes se llamaba el gran marco histórico. La estafa y la venganza, bancarrotas, sabotajes, detalles intrigantes sugeridos y que solo capítulos más adelante se explican, las estancias del Poder y el barrio bajo, la intimidad y las calles de París, traiciones a cual más, sexo vario y variado, la maldad y la inocencia, la mezquindad pero no la altura de miras, la hipocresía, los altos ideales y sus cínicos propagadores, chantajes, caídas y ascensos... un panorama, a poco que se piense, desolador. Y la técnica apropiada: primera persona narrativa ?muy, pero que muy diluida, casi un cronista zumbón que apenas se cree los hechos?, frase llamativa, brevedad, punto y aparte tras punto y aparte para sincopar la trama. Y el lector se engorila pasando página tras página, a ver qué pasa con este personaje y qué con este hilo argumental y qué con Francia y Europa (y España) aunque los libros de Historia se lo hayan malenseñado. La protagonista absoluta es Madeleine, la que presencia el desplome de "la vieja Francia" y la llegada de los nuevos tiempos en manos de nuevos pícaros. Es la esposa del villanísimo Pradelle, el que pena prisión eterna por sus barbaridades descritas en la obra del "Goncourt", y madre de Paul, el hijo que se tira por la ventana y que quedará constreñido a una silla de ruedas de por vida (no soy spoiler, se sabe enseguida). Hija de un prohombre de las finanzas, conoce la opulencia y cae víctima de lo que verá quien lo lea, que decía Cervantes.

Se suman a ella Delcourt, tutor del niño y periodista medrador y otra cosa más. Charles, el tío parlamentario y su dos tan feas hijas. El apoderado felón Joubert; la espectacular Léonce; Vladi, la sirvienta polaca que habla en polaco toda la novela; el misterioso señor Dupré; la diva y analfabeta funcional (se reproducen sus cartas: una gozada para los defensores de la ortografía) Solange Gallinato, cuya historia es casi una novela breve dentro del novelón; los nazis prepotentes (pleonasmo); Robert, amante y saboteador... Y ese narrador picarón que, tras poner como un trapo a uno de los personajes, reflexiona piadoso con el lector: "Sí, lo sé, menudo retrato". O, tras hablar de corrupción (tan presente entonces como hoy), señala que sí, que "la República era buena chica, nada tacaña". No encuentro mejor novela para celebrar la primavera, mejor novelón.

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