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Soberanía del miedo

Juan Cárdenas dibuja un universo cerrado, espeso y delirante

El diablo de las provincias - Juan Cárdenas - Periférica - 174 páginas

Volver, en literatura, suele ser sinónimo de grandes gestos: un billete seguro a la nostalgia. Pero en El diablo de las provincias, de Juan Cárdenas, el regreso del protagonista a la "ciudad enana", patria chica encastrada en el colombiano Valle del Cauca, garantiza cualquier cosa menos el apego a una nomenclatura épica. Las realidades que allí aguardan, emboscadas tras el esperpento (una antigua novia con prótesis), la tragedia (alumnas de colegio privado asesinadas) y lo monstruoso (recién nacidos con aspecto de bebé lobo), predisponen más bien al sobresalto. Claro que el autor, felizmente, reconduce su nave para que la acumulación de sucesos siniestros redunde en una especie de violencia postergada, de licencia para sonreír en medio de la debacle.

La filiación del texto con el pastiche (de la telenovela latinoamericana al policiaco encarnado por un everyman) incide en la sensación de alivio. El desencanto se vadea mejor con ironía en el equipaje, y al clamor del fracaso, el protagonista opone su gusto por la contemplación. Exageraciones, las mínimas; heroicidades, ninguna. En efecto, al biólogo sin nombre que recorre El diablo de las provincias, el adagio de "Pueblo pequeño, infierno grande" se le vuelve diáfano desde que toca suelo. Las sombras que le rodean (la del hermano favorito, asesinado no se sabe si por homosexual o por justo; la de la decadencia familiar, producto de décadas de dejación; la de la obscenidad de la fe enfrentada a la disciplina de la razón) le sitúan en el más peligroso de los caminos: el del malestar. Pero oficiar de tábano, es sabido, no resulta cosa sencilla. Queriendo responder a ciertas preguntas uno se enreda en aventuras que acaban por dirigir sus pasos hacia el peligro.

El diablo de las provincias se construye en torno a una conspiración para hacer mofa de la propia idea de paranoia. Cárdenas advierte que "la ficción que no respeta la primacía de los datos es la anticiencia por antonomasia". A buen entendedor, sobran las palabras. Abrazadas las exigencias de una trama sin porqué, perfilado un enigma que a la postre se resuelve en fábula inquietante (la magnífica parábola del machete sediento de sangre), la novela apunta en la dirección de una vuelta al redil como garantía para la paz del espíritu y para la supervivencia del pellejo. Si algo huele a podrido en esta Dinamarca exótica, mejor taparse la nariz, respirar hondo y poner al mal tiempo buena cara. Las circunstancias (y el sentido común) así lo exigen. La claudicación del biólogo ante una realidad perversa en sus atavismos puede resultar incómoda al lector, incluso ofensiva. Sería un error, en todo caso, poner ello en el debe del autor. Nos asiste la sospecha de que Cárdenas se ha limitado a encender una luz y mostrar los horrores que habitan en la espesura del jardín. No es poca cosa a la hora de construir un relato en torno a las fuerzas oscuras que acechan. Al fin y al cabo, no existe nada más soberano que el miedo.

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