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Aquellas Navidades con el Niño Dios, nada laicas

En aquellas Navidades de nuestra infancia Papa Noel era un ser extraño, desconocido, solo se creía en los Reyes . | FdV

Ala Navidad, lo que le da sustancia es la memoria, porque el paso del tiempo sobre nuestras vidas suele originar al recordarla una cierta melancolía porque ya no es aquello. Para los que peinan canas , nuestra memoria del espíritu navideño con que antaño las vivimos, de signo religioso, ha sido devastado por otro laico que las convierte únicamente en un paréntesis del calendario dedicado a los regalos e intentar salvar los escollos del edificio familiar roto, disperso, fragmentado. Por el camino que nos fue alejando de la niñez han ido sucediendo cosas como un divorcio, una muerte de algún ser querido, una distribución de la prole por otras rfamilias que se han añadido por nuevos conyugalatos que obligan a un pacto entre nochebuenas, navidades, añonuevos y reyes... y no hablo de la soledad contra la que se estampan otros, bien porque los años son muchos y el clan familiar ha ido desapareciendo, bien porque los divorcios dejan de vez en cuando a alguna de las partes desnuda de compañía.

Cuando yo era un niño acababa de llegar la Coca Cola, la sociedad era más vertical y el Niño Dios que iba a nacer en Belén era parte de una ilusión infinita nutrida de una fe religiosa que no se ponía en duda por orden del Estado franquista. La familia era tan vertical en el ordeno y el mando como la estructura de poder, los divorcios no se conocían más que en la memoria de la República y la república era solo una palabra que se usaba en sentido peyorativo: "Niño, ordena esto, que parece una república", decía mi abuela y con razón porque la habia vivido.Hoy la reivindican entre otros los vascos de Bildu y los catalanes de la CUP pero lo suyo no puede ser más que una Reichpública o una republiqueta de tres al cuarto. El caso es que como no eran navidades laicas íbamos a la Misa del Gallo, y cada figura del Nacimiento que conseguíamos comprar era un acto de fe labrado en la inocencia, claro, pero mágico en su carácter por ello. Yo he llegado a envolver en un pañuelo la figura del Niño Jesús en el Portal de Belén al acostarme, por si cogía frío por la noche. Pero, la verdad, yo era parte de una familia católica, apostólica y romana cuya matriarca dio gracias a Dios rezando un rosario cuando Franco lo devolvió al pueblo (a Dios) al ganar su Cruzada, aunque a ella no le importaba Franco sino el orden. Era de recia estirpe maragata, migrante interior que vino a Galicia a casarse no por amor sino reclamada por su hombre tras acuerdo entre sus mayores (por eso la relación duró siempre); vino porque había mar y porque su marido había hallado aquí un espacio para el comercio en el que desarrollar su instinto de compraventa maragato. A ella la política le parecía cosa de desocupados que no tenían nada mejor que hacer, y no le importaba quien estuviera en el poder mientras mantuviera un orden que le permitiera trabajar, volver a casa sin trifulcas.

Entonces las navidades eran muy sentidas, la alcaldía llenaba las calles de villancicos (bueno, esta de Vigo actual también a Dios gracias), solía tanto hacer frío como salir sabañones, los pobres las pasaban canutas porque su miseria se hacía más evidente en estas fechas y los guardias urbanos con sus sombreros vacinillas regulaban el tráfico antes de los semáforos mientras la gente dejaba a sus pies los aguinaldos, lo que no se consideraba soborno a funcionario. "Fernandito, llévale estos dos turrones, duro y blando a don Floro", me decía mi padre señalando al "vacinilla" de la Puerta del Sol envolviendo en papel de estraza dos o tres de esas tablas maravillosas que llegaban de Alicante cuando España era una (aunque no libre) y ya nadie andaba con pendejadas separatistas, ni había políticos independentistas que se ponían a dieta en grupo exigiendo chavacanerías reunidos en un hotel llamado Lledoners.

Tú sentías las navidades con las colas de la lotería o cuando veías las tiendas pobladas de polvorones y mazapanes, y te salía un "pronto Nacimiento" que te llevaba a ir comprando poco a poco (no había dinero o había más austeridad) las figuritas del mismo, empezando por el portal y sus vecinos habituales. Primero el portal, luego la tríada capitalina, el San José, Virgen y Niño, luego los Magos, los pastores si tenías suficientes fondos... Las familias estaban enteras y no fragmentadas como ahora porque eras niño y aún no había dado tiempo a que nadie se muriera ni divorciara. Si eras de esa clase media emergente la economía gustativa permitía en las mesas no más que un bacalao con coliflor y unos chupitos de aguardiente pero no en las mesas de los ricos en que ya se flirteaba con el guisqui, y siempre acababas cantando villancicos en grupo. abuelos, padres e hijos, menos cuando a tu padre le daba por decir "mira qué bien canta mi niño" y, como no se ponía en duda el principio de autoridad porque te caía un cachete de amor, tú tenías que cantar entero, solo y "a capella", "A Belén pastores, a Belén chiquitos" como protagonista de la noche. Aquello sí eran Navidades.

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